CAPITULO 27: UNOS OIDOS MUY COQUETOS Y FINOS

Después del pequeño percance sufrido a manos del clán del barrio chino, mi vida volvía a su peculiar rutina de portero de barrio, toda la semana posterior a la paliza sufrida me dediqué con dos cojones a realizar el mismo recorrido de siempre (si cabe mencionar que estos menguaban una vez llegaba a la entrada del Barrio Chino, volviendo cómo un perrito asustado con el rabo entre las patas de nuevo a mi "zona").

Como buen conserje, uno agudiza todos sus sentidos para enterarse de cualquier aspecto que fluya en el río humano que conforma los riachuelos de esta comunidad de vecinos. Esto traducido a un lenguaje que no sea escrito por un autista fumado (aquí el menda lerenda) significa que no soy más cotilla porque no tengo más tiempo para tal menester.




Una cosa que no sé si he mencionado en estos escritos, es que desde hace mucho tiempo, soy "medio sordo" de un oído. Me explico, no tengo ni tímpano ni huesecillos, sólo nervio auditivo. Esto provoca que escuche a partir de los 45 decibelios por el oído izquierdo.

Jamás me ha provocado problemas en mi día a día (ni para sacarme el carnet de conducir u otras pesquisas) ya que mi perdida de audición es bastante moderada y no afecta en mi transcurso vital por este planeta. Es más, tras visitar en mi adolescencia varios otorrinos, sólo uno de cinco me recomendó operarme, ya que después de realizar diversas audiometrías vieron que no era necesario.

Llevo una higiene impecable en los oídos, para que estos no se infecten. Aunque bueno, como siempre, este gordinflón cabroncete ya está divagando. Para resumir todo brevemente, de pequeño tuve vegetaciones (sinusitis crónica, vamos que tengo más mocos por mi cuerpo que el entrañable moquete de "Ghost Busters"), provocando la perforación de ese tímpano.

Ya en la adolescencia, lo que unos médicos pensaron que era un "tapón de cera" era una infección de caballo que me dejo sin oído medio. Lo gracioso de todo, que al ser tratado como una simple otitits con cera, no fué hasta después de 9 años de perder el tímpano y los huesecillos que me enteré de ello.

Pero vamos, no os apiadéis de mí, hablo por teléfono con mi oído malo con el volumen del móvil chinorris a la mitad de su potencia, con eso ya podréis imaginaros que aunque oiga menos, oir por ese oído oigo y usar lo uso.

Al grano, todo esto lo cuento porque coincide que esta fría mañana de finales de Enero falté a las dos primeras horas de mi difícil trabajo, puesto que tuve que acudir a mi "matasanos del oído" para realizar una revisión general.

Cuando me encontraba cruzando la calle desde el bar de Angelote (donde paré unos minutos a degustar una birra) mi cara era de satisfacción plena. Mantenía una buena audiometría en el oído malo teniendo el oído bueno con más percepción acústica que la media humana.

Joder, menudo puñetero crack estaba hecho, pensaba para mí. Como siempre, el otorrino descartó una reconstrucción de tímpano, ya que veía todo lo suficiente normal cómo para no intervenir. Iba pegando pequeños saltitos de alegría como si de un ex-toxicómano con déficit de atención fuese encontrándome ya a escasos metros del "laburo" como dirían los argentos.

Una vez entré el portal, comencé con mi ritual. Encendí las luces del pasillo, revisé la existencia de basura en el cuarto de dicha faena y pegué un repaso al mármol y madera que decora la entrada principal.

Apenas tuve que barrer ya que el día anterior a sabiendas de que estaría fuera por un par de horas, me dediqué a hacer una limpieza general dejando todo con la brillantez que asomaba por la calva del majestuoso Genio Don Limpio es sus cutres anuncios de la ya extinguída década de los 90 (sí, del milenio pasado, uno que tiene el orgullo de haber vivido el golpe de Estado de Tejero y la caída del Muro de Berlín por la tele).

El aburrimiento era la atracción principal de mis diambulantes y acribillidad neuronas cuando una llamada de teléfono centró la atención de todas y cada una de ellas:

- Hola buenas, Julio al habla .- Sé que soy muy tontito y raro, ya lo sé...

- Hola Julio, soy César.- El bonachón del Presi por el otro lado.

- Cuéntame máquina - Contesté con la confianza que ya existía entre los dos. - ¿Quieres que te descargue más series? . -Pregunté.

- Que va Julio. - Notándole preocupado.- Voy aún por la primera temporada de Dexter, esto no viene al tema, pero debo reconocer que el hijo de puta de Dexter me recuerda a tí, eso sí, tú en gordo y grande. - Ya tenía que arreglarlo el cabrón de César el piropo inicial.

- ¿Entonces que quieres Presi?.-Ya algo preocupado. - No jodas que ha vuelto a haber filtraciones de agua en el puto techo. - Temiendo que esa fuese su respuesta.

- Pues efectivamente Julito, con las putas lluvias han vuelto las goteras que no había desde la "gota fría".- Dijo suspirando.- Ha ocurrido donde siempre, en los áticos del octavo ( donde yo vivo, gracias a Dios que mi zona no era víctima del clima y las filtraciones acuíferas).

- Vale, ¿Ha vuelto a caer agua en la casa de Doña Azucena?. - Mientras me rascaba un huevo que escocía de tanto tiempo aplastado por mi muslo en aquella cómoda silla para niños de cuatro años que tenía en conserjería.

- También, mira a ver si se ha secado todo ya, que ocurrió antes de ayer y si puedes pintar el techo ya. - Mientras se le escuchaba encender un cigarro. - Bueno Julio, me despido que estoy con la parienta de compras y aproveché que anda mirando zapatos para llamarte, luego péga un toque con novedades.

Y colgó de golpe. Ya sabeis el dicho que dónde hay mucha confianza también es residente el asco por bandera y seña. La mujer de Don César es una jodida fanática de las puñeteras compras de rebaja (que no son tal, te ponen el mismo producto inflado de precio con un hipotético descuento del 30%, quedando todo a un maravillo 150% de su valor original, genios del marketing).

Como un Ruso autómata de la URSS realizando una misión secreta del KGB, me dirigí rapidamente a coger los utensilios de pintura mientras a su vez llamaba a los "técnicos" de las tejas para que apañasen el "Terra Mítica" que teníamos montado en los altos del edificio.

Ya con la llamada efectuada y los bártulos en mis manos, fuí derechito al séptimo, concretamente a casa de Doña Azucena. Era una señora de 66 años que vivía junto con su hija recién divorciada de 40 años y los dos pequeños de ésta.

Su hija, Alicia, era una chica prepotente que pagaba la frustación de sus malas decisiones sentimentales en atormentar a la comunidad con las filtraciones existentes en el piso de su progenitora.

Aunque esta mujer, funcionaria del Estado Público español, era bastante corta de seseras, ya que Don César le había explicado tropecientas veces que si no se acometió la reforma de la fachada externa y de los tejados de forma completa fué por su madre y otros tantos vecinos que dijeron que una derrama de 13.000 euros (a razón de 100 euros por vecino en la cuota) no era necesaria, realizando un "aislamiento" temporal que todo quisqui sabía que su destino final sería la deriva hacia un puerto maltrecho.

Allí me encontraba, justo en frente de la puerta de su casa suspirando por el tostón que me iba a tocar aguantar de Doña Alicia, la hija que usaba su tráquea para graznar sonidos desagradables cómo un puto cuervo recién nacido gritando a pulmón que por qué cojones ha nacido siendo tan feo en un mundo tan jodidamente bello.

- Toc, Toc. - Llamé a la puerta.

- Joder, ya era hora Julio.- Era Alicia, luciendo un desilachado y arcaico albornoz que daba a entender que no hacía nada en su puto tiempo libre más que tocar los cojones al personal.

- Doña Alicia, un gusto verla cómo siempre. - Mientras saludaba con mi gorra con machurrones de pintura a la bruja granuja Alicia.

- Llámame Alicia y túteame coño, no estamos en el Medievo, ¡Ni qué lo hicieses por joderme!

-Ais, perdona Alicia. - Mientras me descojonaba por dentro. - No era mi intención molestarte, ya sabes que tengo por costumbre tratar de usted al personal. .- Qué coño Alicia, esto no te lo digo a la cara, cómo buen cobarde que soy, pero es por tocarte un rato los cojones, la sangre irlandesa que corre por mis venas es cómo un pequeño duende burlón que no deja de cometer bromas a los aldeanos de la zona.

- Bueno, pasa ya de una vez y pinta eso. - Señalando el salón. - Se ha mojado también el suelo y la mesa, dejé allí unos paños y la fregona para que lo limpies todo. - Mientras se marchaba a la cocina sin ni tan siquiera despedirse.

Bueno, la muy zorra ya había hecho en otras dos ocasiones la misma jugada, cómo la casa la tenía llena de mierda y jamás limpiaba los putos adornos de céramica que tenía por la zona (lo mismo que ni limpiaba el suelo ) aprovechaba las filtraciones de agua para dejar paños, mochos y fregonas para que dejase todo impoluto.

Mirad, podría quejarme, en realidad eso es un abuso de poder. Tú no puedes tratar a tu conserje como un puto empleado personal que busca en tu retrete un anillo cuando este se cae por él. Pero si no llega a ser por este tipo de personas y su pésimo sentido de la responsabilidad por las instalaciones comunales, puestos de trabajos como el mío ni existirían, así que Dios bendiga a los vecinos hijos de puta que joden el mobiliario comunitario.

Tras terminar de limpiar el salón y tapar todos los muebles que allí había, me puse manos a la obra con la faena.

La verdad que todo era bastante fácil, sólo había una lampara en el centro del salón y esto sería lo último que haría empezando primero por "aislar" toda la sala antes de mojar brocha en bote empapado.

Gracias a la serie de "Dexter" y sus ingeniosos asesinatos forrando de plástico toda la zona, siempre que tenía que realizar una "ñapa" de pìntura en alguna casa, aprovechaba para "aislar toda la zona" comentando a los vecinos en su falta de conocimientos restauradores que no podían entrar hasta que terminase ya que " se romperían las tiras que protegen las paredes arracando la pintura de cuajo".

Esta técnica daba sus frutos, ya que con Alicia la hija de Doña Azucena, que era la más hija de puta del reino, conseguía mantenerla alejada hasta que ponía pies en polvorosa de su domicilio.

- Alicia, voy a empezar a pintar, ya terminé de limpìar. - Grité. - Voy a poner las tiras de protección y las fundas de plástico, cuando termine ya os aviso para que entréis. - Mientras esperaba su respuesta.

- Vale Julio, yo voy a ducharme, que a las 12 tengo que llevar a Sara al dentista. - Cerrando de un portazo la puerta de la cocina.

Bien, termine de poner las tiras y los plásticos mientras metía mi mano en el bolsillo frontal del mono de pintura. Allí tenía un buen porrito de Marihuana del ex de Galletas de María que encendí para amenizar la tarea.

No os voy a engañar queridos lectores, a todos los vecinos, les pongo siempre dos capas de pintura cuando ocurren estas cosas, dejando todo perfecto. A esta hija de satanás la doy una capa endeble de pintura, que tape la humedad pero  que me lleve el menor tiempo posible, tanto de esfuerzo como de perfección, porque por desgracia, la perfección es mi obsesión.

Terminé de pintar todo el techo en cuestión de minutos, al ser una capa y previamente haber "lijado" con darle con el rodillo en un "plis plas" todo quedo blanco cómo la nariz del prota de "Airbarg". Decidí sentarme en uno de los sofas ( con el plástico protector por encima, no soy tan cabronazo) mientras terminaba el canuto y miraba la lluvia caer por la ventana.

Las vistas desde el séptimo son preciosas. Puedes ver el parque desde arriba, apenas distinguiéndose las formas, apariendo ante tu vista los colores vivos y fuertes de los columpios en armonía con el verde de los matorrales mientras todo esto fluye junto con el amarillo chillón de los limoneros de las huertas que a lo lejo en la montaña se ven. Qué espectaculo para mi vista, pero bueno, siempre que fumo hierba hasta el reptar de una lagartija me parece una obra de arte, y es que lo es, porque la vida es jodidamente maravillosa y casí nunca lo recordamos.

Tras estar conectando durante breves minutos con mi versión más hippie, volví a la realidad dándome cuenta de que ya era la una de la tarde. Busqué en mi bolsillo y allí encontre entre medias del papel de liar " Abadie 500" mi destornillador estrella con el que quitaría la lámpara para terminar la faena.

El techo de la casa es de dos metros diez aproximadamente, tenía la escalera al lado pero decidí ponerme de cunclillas para quitar los 8 tornillos que la sujetaban. Justo cuando quedaba un tornillo por desenroscar mi tobillo se torció, durante breves instantes luché contra la ley de la gravedad forzando a mi cuerpo a  buscar dentro de él el equilibrista que llevaba dentro.

Debo decir que este equilibrista debía andar de vacaciones o en un atasco en la M-30 madrileña porque no sirvieron de nada mis intentos yéndome al carajo.

Cómo si un elefante con un tutú fuese, dí cinco saltitos alrededor de la lámpara intentando volver a poner mi espalda recta para así evitar el golpazo. Cuando ya estaba todo el pastel vendido y la ostia se volvía de proporciones épicas, tuve la brillante, genial, estupenda, mágnifica y absurda idea de apyar mis mas de 100 kilos de peso en la esmirriada lámpara de Centro Comercial barato.

El resultado fué trágico y porfavor, si eres una persona con problemas de corazón o muy sensible, no sigas leyendo.

Te avisé, si sigues aquí es porque tu mismo has querido. La lampará acabó cediendo por mi peso y mi fornida espalda impactó contra la mesita de cristal y cobre que se encontraba justo detrás de mí.

Un estruendo de gran magnitud retumbó por el salón, trocitos de cristal saltaban por delante de mis ojos y restos de cobre aboyado golpeaba mis riñones cómo si yo fuese un púgil. Durante cinco segundos estuve tocando mis riñones, pecho, estómago, temiendo que hubiese algún cristal atravesado por mi cuerpo o peor aún, órganos.

A duras penas conseguí levantarme, aún incrédulo de que apenas hubiese sufrido percances. Escuchaba a Doña Alicia deasde muy lejos y algo distorsionado llamarme. Era cómo cuando de pequeñito salías de la piscina después de realizar una "bomba" y tus oídos parecían colmenas de abejas, apenas escuchaba.

Sentía un hilillo de sangre caer por mi cuello, no le dí importancia, pensando que sería algún rasguño fruto del golpe que sufrí. Me acerqué a la puerta del salón, dónde Alicia se encontraba gritando preguntando que había ocurrido. Seguía escuchándola muy muy lejos, pero tales gritos de hiena sarnosa eran aún así distinguibles:

- ¿ Qué coño has hecho zoquete ?.- gritaba. -¡Cómo hayas roto la foto de mis padres en su boda despídete de tu trabajo!.- Alzando cada vez más la voz.

- No se preocupe Doña Alicia.- Mientras abría la puerta. - Perdona, volví a llamarte Doña A...

- ¡Ahh! ¡Ahh!.- Gritó Alicia.

No sabía que cojones le pasaba a esa loca, ¿acaso nunca había visto a alguien magullado por una caída? En fin, apenas conseguía distinguir que cojones gritaba y cada vez sentía más dolor de cabeza, costándome muchísimo manternerme de pié.

Cómo esa señora me hacía sentir peor aún de lo que me encontraba, decidí salir de su casa tambaleándome sin despedirme de ella, mientras la escuchaba gritar aterrorizada. Conseguí subir las escaleras mientras muchísimo sudor mantenía mi mono de pintura pegado a mi cuerpo.

Espera... no es sudor, es sangre. El instinto de supervivencia que todos llevamos dentro rápido se puso en funcionamiento. Algo no iba bien... Decidí volver a bajar al séptimo, donde Alicia estaba aún gritando y llamando a las casas de los vecinos, supongo que para quejarse de que hubiese roto la mesa y lámpara.

Sólo veía rostros borrosos, a Doña Alicia la reconocía por el timbre de su voz, que aunque lejana para mí en ese momento, se tornaba distinguible, pero inapreciable de contenido. Cada vez veía peor y notaba más y más sangre fluyendo por mi cuello, pecho, barbilla, espalda... ¿ Qué me ocurría ?

Llegué al ascensor y podía ver mi silueta pero bajo una capa de color negro que impregnaba mis ojos. Decidí acercarme más al espejo del ascensor  y mi corazón quedo petrificado: tenía el destornillador clavado en mi oido bueno, no paraba de salir chorros de san... ¡Pum!Lo último que recuerdo es mi cuerpo caer contra el suelo y ganas de vomitar...

En ese momento entre en una espiral de somnolencia o trance, ya que a ratos entraba en consciencia viendo cómo focos blancos sobre mí y unos rostros enigmáticos alrededor mía, mucho murmullo, ruidos de puertas, todo era muy raro, sentía que todo era un sueño... Y debía estar soñando.

Al resurgir de nuevo mi consciencia, noté mi garganta reseca, necesitada de agua. Los labios se encontraban sellados el uno con el otro mientras intentaba con la lengua separarlos. Unos ronquidos se distinguían a mi alrededor mientras un pitido  sonaba por intervalos de dos segundos recordándome  a un Hospital... ¡Espera!

Conseguí abrir los ojos, efectivamente, me encontraba en un hospital. Eché un vistazo a mi alrededor viendo a mi sexagenaria madre a la cual llevaba meses sin ver roncar como si no hubiese mañana dormida en un comfortable y abatible sofá.

Escuchaba jodidamente bien las conversaciones del pasillo, eran distinguibles para mí, cosa que jamás había imaginado. Cuando movía un dedo por la cama, notaba en el oído izquierdo todas las vibraciones que sólo un tímpano y sus huesecillos otorga.

¿Pero el destornillador no me lo había clavado en el oído bueno? ¿Por qué cojones oigo por ambos?

Estaba a punto de egoístamente despertar a mi madre para preguntarla por tal intrínseca curiosidad cuando ví en la mesilla que había al lado de mi cama unos bombones con una nota que ponía "Para Julio"

Decidí abrirla, no sin antes comerme un par de bombones para leer su interior:

" Hola Julio, soy César.

Menos mal que estás de una pieza, toda la comunidad hemos estado muy preocupados por tí. No sé si lo recordarás pero pintando la casa de Doña Azucena, caíste con la mala fortuna de clavarte un destornillador en tu oído bueno.

Hubo dos malas noticias y dos buenas. Empezaré por las malas.

Perdiste muchísima sangre, ya que atravesó tu tímpano y reventó todos los huesecillos, clavándose finalmente cerca de las fosas nasales. Empezaste a perder muchísima sangre desmayandote a los pocos minutos.

Gracias a Dios la ambulancia tardó muy poco en llegar, pero habías perdido muchos litros de sangre. Temieron por tu vida, pero camino al hospital pudieron estabilizarte induciéndote a un coma. Tras pasar dos días mediante transfusiones sanguíneas, consiguieron mantener óptimas todas tus constantes vitales.

Aprovechando que estabas estable y en coma inducido, el cirujano otorrino de guardia en urgencias, decidió reconstruir ambos oídos mediante un implante de tímpanos artificlaes y la reconstrucción del yunque, el bastóncillo y el tambór mediante tu propio cartilago.

Enhorabuena, estás vivo y ahora escuchas por los dos oídos.

Un abrazo muy fuerte,

César"

Joder, suspiré de alivio a la vez que un sudor frío recorría mi frente. Había estado a punto de morir, pero qué cojones ahora escuchaba hasta el puto aleteo de las moscas, todo percance conlleva un aprendizaje, cómo no hacer el capullo de cunclillas y por suerte esta vez aprendí la lección con un nuevo regalo de la vida (bueno, del cirujano): dos oídos cómo dos trompetas, qué leñes.

Mi madre seguía durmiendo, podía escuchar hasta sus alargadas uñas rozar el cuero del sofá. Sentí una paz perenne en mi interior que hizo que todo mi cuerpo se relajase, sintiéndo la necesidad de volver a los brazos de morfeo, del cual no me había separado al parecer durante un par de días, justo mientras me iba durmiendo, decidí tirarme un pedo "no sonoro" algo que llevaba puliendo desde la adolescencia en el isntituto permitiéndome tirar ventosidades sin ser descubierto, allí iba...

- Pfff. - Sonó el pedo con fuerza. - Joder, ¿Tan sordo estaba?

CONTINUARÁ











Comparte este blog

Siguiente
« Prev Post
Anterior
Next Post »

1 comentarios:

comentarios
10 de febrero de 2016, 23:25 delete

Buenisimo como siempre, eres un crack! Gracias por subir este episodio tan rápido shur

Reply
avatar