Este año iba a ser el último de este gran profesional ya que
en una Junta extraordinaria aprobaron que para el año que viene la tarea de
pintar formaría parte de mi contrato junto a un jugoso aumento de sueldo (por
ocuparme de aspectos laborales más allá del de mantenimiento o seguridad)
.
.
Eran ya las 8 y media de la mañana (había quedado con el
señor a las 9 y media), abrí uno de los tarros de marihuana junto a un poco de
chocolate “Juankers”, lo que en mi tierra se llama liarse un buen mariachi (sí,
como los que cantan por las noches a trasnochadas mujeres en los arcos de
piedra de la plaza de España de Salamanca). Siempre que me da por liarme un
canuto esperando a alguien o algo concreto, acabo revisando algún punto de mi
vida, contexto y situación que me ocurra, hoy no podía ser menos.
Empezaré haciendo de Tarzán de los monos yéndome algo por
las ramas (que sabéis que me encanta). En este trabajo muchos esperan que seas
la personificación del concepto de omnipresencia en la tierra. Veamos, me voy a
explicar, por un lado estaría muy contento de un aumento de sueldo, aunque
conlleve también unas mayores responsabilidades en mis tareas. Pero todo esto
no quita que ande hasta el frenillo del glande de harto con este tema, la
omnipresencia, además paso a explicarlo concienzudamente para que todos podáis
entenderme.
Me ocurre con dos vecinos del cuarto, otros dos del quinto y
uno del primero. También debemos meter en el saco a la mujer de Don César y a
Don césar por ende, ya que todos sabemos que un hombre casado no deja de ser la
extensión verbal cuando habla de su mujer, que seguramente haya programado todo
en función de sus necesidades vitales.
Esto me ocurría a mí con casi todo. Ellos me encomiendan
tener limpio todo el edificio, que lleve los paquetes a las casas, esté atento
del correo, de que las puertas del garaje estén cerradas así como de la presión
del agua de la calefacción.
También debo prestar especial atención a que las
alfombrillas de cada casa no estén manchadas, por supuesto el ascensor, debe
estar siempre reluciente, al igual que los cristales de los portales (que los
mismos que dicen que los limpie cuando se ensucian son aquellos que no paran
todos los putos días de poner las manos encima de ellos unas tres veces).
Debo mantener el suelo de los trasteros impoluto, así como
sus ventanas y mantener bien regadas, podadas y saneadas las plantas que
adornan y rodean mi Comunidad de vecinos. A esto añádele revisar todas las
noches que llueve (cómo si son las cuatro de la mañana) las goteras que inundan
como un maremoto las tejas de nuestro coloso de cemento.
Podría seguir enumerando mil aspectos más, como subir las
bolsas de la compra, abrir las puertas de los coches, bajar las bolsas de la
basura, vigilar a los hijos de los vecinos cuando estos se van de vacaciones
para que no hagan fiestas en casa, purgar los radiadores vecinales y mediar con
todos los conflictos de intereses que surgen entre los propietarios o alquilados.
A todo esto deberíamos añadir que yo no recibo ningún plus
cómo psicólogo y lo mejor de todo es que jamás me he dedicado a meter mierda
entre mis “jefes”. Pero ello no quita que tenga la tediosa, insoportable y
rocambolesca tarea de tener que escuchar a cada uno de ellos llamar “puta”,
“loca”, “borracho”, “putero” a mis queridos mandamases poniéndose a parir entre
ellos mientras me gritan a mí cómo si yo fuese culpable de que Don Ramiro no
aparqué bien en su plaza jodiendo a Doña Esperanza, en fin.
Y con esto no quiero engañaros ni desanimaros, adoro mi
trabajo, estoy enamorado de él, es un puesto con unas ventajas increíbles que
en pocos sitios puedes obtener, pero siendo sinceros, debes ser una persona
sumamente paciente si no deseas acabar colgando pescuezos por doquier sobre el
gotéele de las paredes.
No tienes un jefe, posees varios, no tienes una
interpretación fehaciente sobre un hecho concreto, totalmente lo contrario, hay
miles de hipótesis sobre como cayó la manzana del árbol, unos dirán que fue la
gravedad, otros que la flecha mientras unos últimos dirán que fue el gusano
parásito que lentamente devora la fruta verdosa.
Aquí pasa igual, cuando alguien escupe en el paragüero no es
un esputo, son restos de agua. Si orinan el portal de forma descarada, por
favor, que no sea uno mal pensado, serán restos de nestea “limón” que alguien
educadamente vertió para que el bueno del conserje pudiese beber algo.
Lo mismo pasa con las percepciones del espacio-tiempo de
todos ellos, si salgo de trabajar dos horas después de que acabe mi jornada
laboral (cosa que he hecho muchísimas veces) nadie vendrá para agradecerlo, ni
tampoco se darán cuenta que ese gesto altruista lo hago por amor a ellos, por
dejar todo correcto, limpio, en orden, vigilado, revisado para que ellos puedan
vivir sin preocupaciones en cuanto a seguridad y mantenimiento del edificio se
refiere, no.
Pero si se darán cuenta si un día, después de tener
gastroenteritis y no haber querido pedir la baja por tener tareas pendientes,
subes dos segundos para ahogar un mojón de dos metros color mierda concentrada
con fairy que maltrataba tu intestino desde dos horas antes mientras pedía paso
por tu esfínter, no. Si faltas cinco minutos de tu puesto, siempre, siempre
habrá alguien que diga: “el portero no estaba, no le he visto en todo el día”.
Y aquí es donde casi todo el mundo falla en su concepto
sobre el espacio- tiempo, veamos. ¿Cómo coño afirmas que no me viste en todo el
día cuando sólo has pasado dos veces por portería? ¿Has parado a pensar que podría
estar ayudando a un vecino? ¿Sabías que tengo derecho a tomarme un puto café
cada cuatro horas durante cinco jodidos minutos?
Aquí llegamos al tema que más me toca los huevos como
conserje, personas que sólo están un total cronometrado de 80 segundos al día
en la portería y que juzgan tu estancia en ella en función de eso. Yo no juzgo
su trabajo, mucho menos cuando en horario laboral dejan de acudir a su puesto
para tomarse un café que dura una hora, hacer la 0 con un canutillo o usar la
baja médica de sus hijos como excusa para ir de compras un lunes por la mañana.
Pero ese es un problema que tenemos en España desde tiempos
inmemorables, allá cuando suevos, alanos gobernaban estos parajes ibéricos.
Juzgamos, criticamos y sentenciamos pero jamás miraremos en nuestro ombligo,
qué coño, es mejor mirar la paja del ojo ajeno y por ser poseedor de una puta
oposición creerte mejor que el que barre tu mierda diariamente.
Es lo mismo que mi garita de conserje, más que una garita,
podría llamarse “PutiClub”, porque es una entrada abierta para que cualquier
vecino pueda penetrar en cualquier instante, sin intimidad laboral. Dejan
bolsas de basura debajo de mi mostrador, sus bolsas de compra, abren mis
cajones, tocan los interruptores, las cámaras de vigilancia también e incluso
toqueteando un complejo sistema de telefonía interna (que sólo yo sabe usar) teniendo que llamar a mantenimiento…
Tras estas divagaciones de un ser de clase obrera a las 9 de
la mañana, un trocito de hachís hirviendo se desprendiera del canuto yendo a
parar sobre mi cojón derecho, provocando que me levantase de un salto cómo un
político español cuando ve caer un gramo de coca de otro “colega” suyo, vamos,
disparado.
Esto provocó que pudiese incorporarme en mi sofá y hacer
caso a una de las cámaras, ¿qué coño hace un travestí llamando a los
telefonillos?
CONTINUARÁ