CAPITULO 23: LA TEORÍA DE LA OMNIPRESENCIA

A principios de Noviembre la Comunidad solía pintar el garaje y el portal debido a que se manchaba en exceso (siendo una pintura a la que no podías pasarle un paño húmedo porque fastidiabas la pared). Así que lo más económico era traer a un pintor a que hiciese la faena.



Este año iba a ser el último de este gran profesional ya que en una Junta extraordinaria aprobaron que para el año que viene la tarea de pintar formaría parte de mi contrato junto a un jugoso aumento de sueldo (por ocuparme de aspectos laborales más allá del de mantenimiento o seguridad)
.
Eran ya las 8 y media de la mañana (había quedado con el señor a las 9 y media), abrí uno de los tarros de marihuana junto a un poco de chocolate “Juankers”, lo que en mi tierra se llama liarse un buen mariachi (sí, como los que cantan por las noches a trasnochadas mujeres en los arcos de piedra de la plaza de España de Salamanca). Siempre que me da por liarme un canuto esperando a alguien o algo concreto, acabo revisando algún punto de mi vida, contexto y situación que me ocurra, hoy no podía ser menos.

Empezaré haciendo de Tarzán de los monos yéndome algo por las ramas (que sabéis que me encanta). En este trabajo muchos esperan que seas la personificación del concepto de omnipresencia en la tierra. Veamos, me voy a explicar, por un lado estaría muy contento de un aumento de sueldo, aunque conlleve también unas mayores responsabilidades en mis tareas. Pero todo esto no quita que ande hasta el frenillo del glande de harto con este tema, la omnipresencia, además paso a explicarlo concienzudamente para que todos podáis entenderme.

Me ocurre con dos vecinos del cuarto, otros dos del quinto y uno del primero. También debemos meter en el saco a la mujer de Don César y a Don césar por ende, ya que todos sabemos que un hombre casado no deja de ser la extensión verbal cuando habla de su mujer, que seguramente haya programado todo en función de sus necesidades vitales.

Esto me ocurría a mí con casi todo. Ellos me encomiendan tener limpio todo el edificio, que lleve los paquetes a las casas, esté atento del correo, de que las puertas del garaje estén cerradas así como de la presión del agua de la calefacción.

También debo prestar especial atención a que las alfombrillas de cada casa no estén manchadas, por supuesto el ascensor, debe estar siempre reluciente, al igual que los cristales de los portales (que los mismos que dicen que los limpie cuando se ensucian son aquellos que no paran todos los putos días de poner las manos encima de ellos unas tres veces).

Debo mantener el suelo de los trasteros impoluto, así como sus ventanas y mantener bien regadas, podadas y saneadas las plantas que adornan y rodean mi Comunidad de vecinos. A esto añádele revisar todas las noches que llueve (cómo si son las cuatro de la mañana) las goteras que inundan como un maremoto las tejas de nuestro coloso de cemento.

Podría seguir enumerando mil aspectos más, como subir las bolsas de la compra, abrir las puertas de los coches, bajar las bolsas de la basura, vigilar a los hijos de los vecinos cuando estos se van de vacaciones para que no hagan fiestas en casa, purgar los radiadores vecinales y mediar con todos los conflictos de intereses que surgen entre los propietarios o alquilados.

A todo esto deberíamos añadir que yo no recibo ningún plus cómo psicólogo y lo mejor de todo es que jamás me he dedicado a meter mierda entre mis “jefes”. Pero ello no quita que tenga la tediosa, insoportable y rocambolesca tarea de tener que escuchar a cada uno de ellos llamar “puta”, “loca”, “borracho”, “putero” a mis queridos mandamases poniéndose a parir entre ellos mientras me gritan a mí cómo si yo fuese culpable de que Don Ramiro no aparqué bien en su plaza jodiendo a Doña Esperanza, en fin.

Y con esto no quiero engañaros ni desanimaros, adoro mi trabajo, estoy enamorado de él, es un puesto con unas ventajas increíbles que en pocos sitios puedes obtener, pero siendo sinceros, debes ser una persona sumamente paciente si no deseas acabar colgando pescuezos por doquier sobre el gotéele de las paredes.

No tienes un jefe, posees varios, no tienes una interpretación fehaciente sobre un hecho concreto, totalmente lo contrario, hay miles de hipótesis sobre como cayó la manzana del árbol, unos dirán que fue la gravedad, otros que la flecha mientras unos últimos dirán que fue el gusano parásito que lentamente devora la fruta verdosa.

Aquí pasa igual, cuando alguien escupe en el paragüero no es un esputo, son restos de agua. Si orinan el portal de forma descarada, por favor, que no sea uno mal pensado, serán restos de nestea “limón” que alguien educadamente vertió para que el bueno del conserje pudiese beber algo.

Lo mismo pasa con las percepciones del espacio-tiempo de todos ellos, si salgo de trabajar dos horas después de que acabe mi jornada laboral (cosa que he hecho muchísimas veces) nadie vendrá para agradecerlo, ni tampoco se darán cuenta que ese gesto altruista lo hago por amor a ellos, por dejar todo correcto, limpio, en orden, vigilado, revisado para que ellos puedan vivir sin preocupaciones en cuanto a seguridad y mantenimiento del edificio se refiere, no.

Pero si se darán cuenta si un día, después de tener gastroenteritis y no haber querido pedir la baja por tener tareas pendientes, subes dos segundos para ahogar un mojón de dos metros color mierda concentrada con fairy que maltrataba tu intestino desde dos horas antes mientras pedía paso por tu esfínter, no. Si faltas cinco minutos de tu puesto, siempre, siempre habrá alguien que diga: “el portero no estaba, no le he visto en todo el día”.

Y aquí es donde casi todo el mundo falla en su concepto sobre el espacio- tiempo, veamos. ¿Cómo coño afirmas que no me viste en todo el día cuando sólo has pasado dos veces por portería? ¿Has parado a pensar que podría estar ayudando a un vecino? ¿Sabías que tengo derecho a tomarme un puto café cada cuatro horas durante cinco jodidos minutos?

Aquí llegamos al tema que más me toca los huevos como conserje, personas que sólo están un total cronometrado de 80 segundos al día en la portería y que juzgan tu estancia en ella en función de eso. Yo no juzgo su trabajo, mucho menos cuando en horario laboral dejan de acudir a su puesto para tomarse un café que dura una hora, hacer la 0 con un canutillo o usar la baja médica de sus hijos como excusa para ir de compras un lunes por la mañana.

Pero ese es un problema que tenemos en España desde tiempos inmemorables, allá cuando suevos, alanos gobernaban estos parajes ibéricos. Juzgamos, criticamos y sentenciamos pero jamás miraremos en nuestro ombligo, qué coño, es mejor mirar la paja del ojo ajeno y por ser poseedor de una puta oposición creerte mejor que el que barre tu mierda diariamente.

Es lo mismo que mi garita de conserje, más que una garita, podría llamarse “PutiClub”, porque es una entrada abierta para que cualquier vecino pueda penetrar en cualquier instante, sin intimidad laboral. Dejan bolsas de basura debajo de mi mostrador, sus bolsas de compra, abren mis cajones, tocan los interruptores, las cámaras de vigilancia también e incluso toqueteando un complejo sistema de telefonía interna (que sólo yo sabe usar) teniendo que llamar a mantenimiento…

Tras estas divagaciones de un ser de clase obrera a las 9 de la mañana, un trocito de hachís hirviendo se desprendiera del canuto yendo a parar sobre mi cojón derecho, provocando que me levantase de un salto cómo un político español cuando ve caer un gramo de coca de otro “colega” suyo, vamos, disparado.

Esto provocó que pudiese incorporarme en mi sofá y hacer caso a una de las cámaras, ¿qué coño hace un travestí llamando a los telefonillos?

CONTINUARÁ

Comparte este blog

Siguiente
« Prev Post
Anterior
Next Post »