CAPITULO 26: LA LEY DEL TANO, CON DOS COJONES Y A DOS MANOS

Estando a mediados de Enero, el frío se convertía en un martillo de hierro que golpeaba mis defensas una y otra vez, una y otra vez…


-          Snif!!! – Estornudé. – Joder Julio, me cago en el frío, estás constipado. – En voz alta, hablando para mí mismo.

Desde finales de Octubre, había añadido a mi dieta “destornilla grasientos “un nuevo ejercicio, simple y conciso como saber comer con destreza un buen coño, el marisco es para paladares exigentes, no para hombres de medio calzar.

Esto ocurre exactamente con el ejercicio, da igual que estés cebado cómo un jabalí merodeando los contenedores de un barrio adinerado o fino al igual que un gato famélico que mal vive de las raspas de pescado esparcidas por la acera del barrio, o echas constancia en el ejercicio o para nada podrá servirte, seas gordo, delgado o fibroso.




Bueno, voy a dejar de aburriros con mis metódicas charlas acerca de la moralidad cuando ni de cerca soy un ser sensatamente apropiado para dichas pesquisas, así que seguiré contando lo que me ocurrió un fatídico 14 de Enero de hace ya unos cuantos años en esta aventura que os narro.

Diez días antes, hablando con Manuela mientras veía la teletienda en una cadena de tv local (creo que las cadenas locales si persisten son gracias a la fogosidad de sus abueletes, jubilados y maridos frustrados que pernotan esas horas alrededor de su “share”).

El caso es, que tras mi patética y solitaria “Manuela”, apareció un anuncio sobre una jodida máquina para correr en casa. Supongo que gracias a mi cerebro reseco por la ingesta de marihuana durante tantos años jugó una pasada a mis tambaleantes neuronas ( unas supervivientes de un jodido holocausto marihuanero ) realmente estuve a punto de llamar para encargar la tal mierdosa “Run 3000”.

Ya me conocéis (o eso intento, detrás de un gran psicópata siempre se esconde una mejor persona). Dormí dos horas tan sólo para levantarme ese día a las 7 am e irme a correr una horita. Los primeros días, a pesar de haber adelgazado un porrón de kilos ya me costó muchísimo poder acabar ni tan siquiera 35 minutos a un ritmo demasiado lento.

Al cabo de una semana, conseguía estar rondando la hora, realizaba un recorrido dentro de lo que cabe corto, para estar siempre cerca del puesto laboral por si surgía alguna urgencia. Mi rutina de “runner” se componía en recorrer la avenida principal que surcaba mi edificio desde atrás (Cerca de Junker´s Park) hasta la entrada al barrio Chino.

Una vez que llegaba allí, me daba la vuelta y volvía hasta atrás, repitiendo el ciclo una y otra vez hasta cansarme. El barrio “Chino”, no se componía de habilidosos Asiáticos autómatas capaces de currar 24 horas. Se llamaba así porque es donde acudían todos los yonkarras a por sus dosis de “chinas” y no, no hablo ni las que usaban Zipi y Zape o las de hachís ( joder, el hachís comparado con eso parece una chuchería sin gluten e inofensiva. )

Los más avispados o con más calle (también vale como calle ser experto en “callejeros”, jejenes) sabréis de que hablo, los más ingenuos, por favor, seguid en vuestra pompa de cristal, ya que el mundo interior es demasiado bello cómo para que pequeños fragmentos de esperpéntica realidad hagan tambalear vuestros cimientos. ¿Sabéis de que hablo?

Me encantaba realizar este recorrido, primero pasaba por el Parque, que me recordaba mis duras grescas con los “ amagos de Picasso “ y mi épica victoria, consiguiendo una recapitulación donde me apropié de sus bienes compuestos de THC aparte de expulsarles de por vida del Parque.

Tras mi incursión por mi propio “EgoPark”, llegaba hasta la carnicería de Mohammed, un marroquí de unos 40 años, casado con una cristiana y que bebía más Vino en el Bar de angelote que Ronaldo el gordo cuando ocultaba cervezas en botes de refrescos. 

Me entretenía su forma de saludarme, con media reverencia y una sonrisa de oreja a oreja, en mi pompa de jabón parecía que tras mi Victoria en el Parque, llegaba hasta Al- Andalus donde al verme llegar, se rendían sin resistencia alguna reverenciando al verdadero hijo de la luna y el sol… en fin, menos mal que sólo soy un conserje, llego a ser médico y aguantarme sería tarea más que imposible.

Tras dejar atrás al bueno de “Moha”, me adentraba en la Selva, la misma que el propio Carlo Magno tuvo que sortear en sus incursiones por Asia y de dónde salió con el rabo entre las piernas ( o quizás lo llevaba en el ojete de algún teniente suyo, quién sabe… yogurt de Macedonia ) : el barrio chino.
Al llegar, un fétido olor inundaba mis fosas nasales recordándome la sensación que uno tiene cuando en mitad de un festival de música vas a una esquina a mear que ya ha fue usada por 1.000 personas más antes que tú para el mismo fin.  Debo reconocer que lo único que alegraba mi vista, eran las hermosas chonis, con sus crucifijos de Cristo entre sus tetas y esas mayas de leopardo ajustadas que hacían la mayor de mis delicias: “la almeja que siempre quiso ser sandía”.

Me encanta ver a una mujer con mayas, si son muy apretadas, su coño es una dulce almeja que siempre deseó ser una sandía. Si miramos con un poco más de perspectiva, nos encontraremos con la perfección hecha mujer, el símbolo absoluto de la fertelidad humana: un precioso coño junto a dos no menos importantes nalgas que dan nombre a tal armónico cuadro: “ La almeja que siempre quiso ser sandía “.

Los pervertidos cómo yo, poseemos un instinto ancestral a la hora de divisar el peligro que proviene del exterior. Detectamos a las presas, a los cazadores y a los “especiales”. Dentro de la fauna que aquí se encontraba, con todas las mamis chonis meneando sus leopardos yendo a sus trabajos, decidí hacer una incursión por el barrio chino buscando algo de “felicidad visual”.

Tras cinco minutos examinando la zona, empecé a ver a los primeros drogadictos del día. Uno de ellos, intento pararme para que le diese un cigarrito ( qué cojones, siempre pensaré que quería robarme ).  Dos calles más adelante, dos vagabundos discutían debido a que el último trago de la botella de vino no se había compartido, las pulgas, piojos y sus propietarios se hallaban en una cruenta batalla donde bolsas de basura y restos de comida caducada de Mercada servían de letales armas.

Siendo una persona negativa de nacimiento, ver tantas dosis de realidad intrínseca sólo puede desestabilizar aún más la nuez que tengo por sesera, era hora de abandonar el escenario de la lujuria, droga y desenfreno para sumergirme en la cotidianeidad de mi chisposa comunidad, llena de buena gente cómo de subnormales impertinentes, será cuestión del karma, la balanza no se equilibra sola.

Volví en dirección a la Avenida principal, dejando atrás todo el tumulto sub-urbano en el que me hallaba. Al girar la última esquina que me separaba de mi objetivo tropecé contra lo que lo parecía “algo muy débil”. 

-          Jayyyy, jaaaay, ¡Que me matas a mi Azu jo perra . – Un ser de etnia gitana gritó.
Mi corazón se aceleró con la misma intensidad que tienen Carlos Sainz o Fernando Alonso cuando saben que están a una vuelta de ser campeones teniendo la certeza que el motor de coche se irá a tomar por culo.

El gitano era un chaval bastante pequeñín (debía tener 19 años o 18, pero debía tener más pelos en los huevos e hijos que el mismísimo creador de Playboy). Sin tener tiempo para reaccionar, me ví envuelto por cuatro mocosos que no auparían más de 10 años cada uno rodeando mi extenso cuerpo cómo un grupo de lobos acechando a un tierno corderito ( En mi caso sería un jugoso y grasiento lechal ).

-         - Joder- exclamé – Siento muchísimo haber golpeado a tu Azu, pero fue sin querer.ç

-         - Tuu te callah mal parió, jambo cabrón – Contestó el ser de luz.

Azu, era una foca presa de los carbohidratos de unos 200 kilos de peso. Qué cojones, tendría que haberla denunciado yo por obstrucción de la vía pública o mejor aún, haber llamado al CNI explicando que Godzilla existía y era gitana (para así poner en aviso a los “payos “ ).
-          Señora, la ruego mil disculpas a su marido, hijos y sobre todo a usted. – Mientras extendía mi mano izquierda para ayudar a levantarse.

-          ¡Quita tus manos de min asin te pudras payo ¡- gritó la gitana

No pude mediar más palabra, en los instantes posteriores a lo narrado, una horda de primos, sobrinos, amigos, familiares y un largo etcétera de seres consanguíneos de la señora me atacaron con brutalidad. 

Unos optaban por golpear mi cabeza con la palma de su mano cómo si del juego de “Atrapa el topo “se tratase. Otros esgrimían palabras amenazantes en idioma calé supongo que con el único fin de joderme la existencia haciéndome mear en los pantalones.

Tres escupitajos cayeron en mi cara desde el cielo como cuando Dios impregna de ostias sagradas a sus creyentes, niños de menos de diez años golpeaban enfurecida mente mis rodillas (supongo que pensarían que era un poste de entrenamiento de kick boxing).

Por unos instantes pude saber lo que siente un tertuliano de un programa de corazón rosa cuando se suman en sus acaloradas discusiones una legión de periodistas prepotentes, cultos ignorantes y paletos de renombre. 

La única salida (por cruento que pueda pareceros) se encontraba frente a mis ojos un metro hacia delante: una señora de 90 años que con su bastón atizaba mi cogote con vehemencia, ¡menudas leches daba la tipa! (acto seguido maldiciéndome a mí, mis ancestros y mis posibles polluelos ya en un futuro muy lejano).

Sin pensármelo ni dos veces (vamos, no por creerme James Bond o tener un cerebro con un procesador i5, la situación era tan delicada como delicados eran los pelillos de mis cojones haciendo cosquillas por mi tráquea, es decir, que tenía los huevos por corbata) empecé a correr dirección la abuela tanita como un alcohólico perseguía la última botella del cargamento portuario de whisky bajo la ley seca estadounidense.

Ella no dejaba de mirarme atemorizada, su ya dilatada edad debía darla los conocimientos necesarios para predecir que el tremendo ostión que iba a sufrir contra mi barriga, hombros o piernas iba a llevarla directa a la gloria bendita de un crucifijo colgado en la sala de un hospital. Y salté, los cincuenta familiares de la señora ( que no tenían ni puta idea de porque había empezado todo, pero aun así estaban allí para convertirme en un saco de huesos ) miraron mis piernas cómo si fuese Gabriel Omar Batistuta poniendo en pie la Bombonera después de driblar al portero en la mismísima boca de gol.

Debo reconocer que la raza gitana es superior a nosotros, sí señor. Esa señora arrugada, vestida con harapos baratos pero con unos anillos de oro que ya quisiera el Fary que en paz descanse para esos alocados videoclips mandangueros que hacía por sus tiempos, si Dios existe Fary, olé tus cojones, te lo has ganado. Bien, al tema que como siempre me voy por las ramas, me refería a esta superioridad genética ya que con un movimiento que ni Keanu Reaves en Matrix, dejo posar su cuerpo hacia atrás cayendo contra el suelo junto a un suave movimiento ¿Las gitanas octogenarias practican Kárate?

Segundos después de conseguir zafarme de mis queridos amigos ( esos mismos que querían comprobar la longevidad de mi grasiento corazón a base de ostias para verlo parar, eso sí, no los juzguéis, aparte de ser un caso aislado, todo es por la ciencia no por amor al orangutaneo destrozador ) empezaron a gritar que casi maté a la abuela, eso ya era el no va más, una lluvia de piedras, latas, móviles y vaya usted a saber ponían rumbo a mi cabezón con más agresividad que un Elefante cachondo en época de celo ( buscar en internet y os acojonaréis … ).

Los demás vecinos del barrio miraban, algunos sonreían, otros mal decían y otros me animaban a correr más rápido, pero lo peor de todo es que ninguno trató de ayudarme, podía imaginarlos a todos viendo una película de Bruce Willis todo “kíes” pero incapaces de ayudar a nadie ( si hijos de perra, lo digo por vosotros, los “ malotes “ de pacotilla que os acojonasteis al ver tal denigrante escena.
Dos minutos después tras cruzar corriendo medio barrio, conseguí llegar al resquicio de luz que se ve junto antes de salir del túnel de la destrucción: la comisaría de policía.

Mis pasos resonaban por la empalizada de piedra que hacía de improvisada rampa en la comisaría, conseguí llegar a las puertas deslizantes con la mala fortuna de ir más deprisa que estas abrirse. ¡Pum! Mi frente quiso emular a un para choque delantero de “Need for speed” rebotando contra el cristal cómo una pelota en una partida de cricket.

-          ¿Qué cojones ocurre aquí? – Dijo un policía que salió a socorrerme.

Yo  me encontraba en el suelo, con más de media panza al aire, sangrando por la cara junto a escupitajos por mi faz. Que más podía pedir, era el día más humillante de mi vida, conseguí sacar fuerzas de la nada (quizás era la fabada que tocó el día anterior, mano de Santo) y contesté:
-        
  - Los gitanos, ellos me siguen… - Conseguí articular mientras el miedo, el ostión y la situación en general hacían mella generándome ansiedad.

-          Joder, otra vez los Regeria Calazar, ya va el cuarto al que “zumban”. – Mientras me introducía como podía dentro de la comisaría.- ¡Sergio! – gritó, llama a una ambulancia que me da que este tío necesita puntos y ¡ Vosotros a vuestra puta casa coño!. – Mirando a los gitanos, que se agolpaban en los alrededores exteriores de la comisaría como unas hienas cabreadas porque el gran león ha cazado a la Gacela que tanto ansiaban para ellos…

A lo lejos, un señor mayor con un profundo bigote grisáceo, nariz aguileña y un atuendo similar al de “ Los intocables de Eliot Ness “ me miraba desafiante mientras sus diamantes relucían en sus dedos que agarraban con violencia el pomo del bastón, clavó sus ojos negros en mi cada vez más delgada figura y dijo:

-          Tú no eres bienvenido aquí, ¿ te crees con derecho a golpear a la Azu y no salir escaldao? – Todos sus compadres aplaudían. – Entérate “payo” que para el gitano de raza, los jambos, tengáis o no razón, sois carne de carnaza.

Que decir, no quise seguir escuchando, la policía cerró la puerta y me animó a denunciar, pero teniendo en cuenta que vivía en un barrio aledaño al de ellos, me acojoné y decidí pasar de problemas. Total, no soy de los que cuestiono mis cojones por un par de escupitajos y dos leches cuando eran ochenta perros rabiosos los que me seguían sedientos de sangre, sin duda, me sentía la persona más afortunada.

La ambulancia llegó, gracias a los Anunnaki, no tenía nada de gravedad, exceptuando una herida muy profunda en la frente que debía ser desinfectada y posteriormente cosida. Mientras me introducían en la ambulancia (sentado y hablando con el enfermero) pude ver a un señor de más de ocho décadas de existencia palmeando con sus camaradas a grito pelado (mejor llamémoslo cante jondo) supongo que celebrando su victoria.

Que alegría, juerga y felicidad poseía el abuelito en sus gestos, al igual que todos los allí presentes. No les afecta la presión, no les afecta la violencia, no les afecta nuestra policía, nuestras leyes, joder son superiores, a eso amigos y amigas yo lo llamo la “ LEY DEL TANO “ que viene a ser “ CON DOS COJONES Y A DOS MANOS “

CONTINUARÁ

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2 comentarios

comentarios
1 de marzo de 2016, 1:16 delete

Buenísima historia, como todas!!
Solo un apunte: no te referirás a Alejandro Magno y en lugar de a Carlomagno??
Un saludo!!

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1 de marzo de 2016, 1:16 delete Este comentario ha sido eliminado por el autor.
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