Después de ver a ese hombre con pelo lacio rubio, nuez vigorosa y masculina, volvía practicar mi repertorio habitual de 8 metros lisos dirección a la puerta de mi domicilio. Olvidé colocarme las zapatillas bajando con unos pantuflos de Snoopy que guardo recelosamente junto a mí desde los 15 años (soy rarito, sé que lo estás pensando).
¿Qué
cojones hace llamando a todos los putos telefonillos a la vez? No baje porque
fuese un travesti, qué cojones no estamos en la época de Franco, no iba a darle
de leches para después raparla sabiendo todos los ciudadanos de sus “fechorías”
como dirían en la época del aguilucho y la cruz católica. Bajaba porque la muy
subnormal daba a todos los telefonillos a la vez, con eso lo único que iba a
conseguir era colapsar el sistema de video/audio de los jodidos telefonillos.
Snoopy
galopaba por las escaleras de manera rotunda mientras mi mano izquierda
sujetaba el pasa manos. Llegué al ascensor y lo llamé, pero era demasiado tarde
para ello, se encontraba en el garaje pareciéndome una pérdida de tiempo tener
que esperar allí mientras “la rubia” de dos metros con gaznate de ave
acribillaba con la video-portería.
De
tres en tres, como un niño de pellas en el instituto mientras el bedel está en
su acecho, llegué en poco menos de 1 minuto al portal. Allí estaba el pívot de
la NBA Sabonis con una peluca rubia atizando todos los putos telefonillos,
debía tener complejo tras su retiro baloncestístico pensando que los botones
del panel eran mates a sus adversarios, jodida mole.
Ya
en el portal, mientras me dirigía hacia Alberta Dueñas alias “Rubia Sabonis”
pude ver que el chinote en mis pantalones era considerable, viéndose los
calzoncillos de “Bola de Dragón” que llevaba debajo. Entre eso y las putas
zapatillas de Snoopy podría perfectamente pasar por un señor con “Síndrome de
Peter Pan” que acaba de escapar de las garras de su madre la cual aún sigue
dándole de mamar.
Pero
bueno, la vergüenza no es una característica que como tal me defina, así que
decidí abrir la puerta del portal y enfrentarme en la encarnizada batalla, ya
que pude ver por su carpetita color ocre, que era una jodida comercial.
- -
Hola, buenos días señor… eh señora, soy el
conserje de la comunidad, ¿Qué hace llamando a todos los telefonillos? – Sin
poder parar de mirar su nuez.
- -
¿Es usted el conserje?- Grazno mediante su
imponente nuez- ¿Dónde estaba? Llevo media hora golpeando la puerta del portal
y usted no apareció – Señalando con su huesudo y alargado dedo el portal.
-
Vera señora, mi turno de trabajo no comenzaba
hasta dentro de media hora, no tenía la necesidad de estar en el portal y mucho
menos, ni su empresa ni nadie avisó de que iban a venir comerciales a
visitarnos hoy.
- - Eh, yo no soy comercial, soy representante de
productos cosméticos de una gran multinacional. – Dijo
- - Pues eso señora, con todos mis respetos, es un
símil de comercial, ya que usted viene a ofrecer sus productos o los de su
empresa a los vecinos de aquí. – Mientras miraba a su carpeta. – Siento decirle
además de que está prohibida la entrada a comerciales de ningún tipo a no ser
que hayan pactado alguna visita concertada, siendo sólo posible visitar el
domicilio contactado. – Coño, pero que bien me expreso, jejeje.
- -
¿Cómo que no puedo entrar? ¿Si me cuelo cuanto
tú no te des cuenta?- Con un tono chulesco.
-
Pues llamaré a la policía y punto, créeme, no
voy a complicar mi trabajo por su cabezonería. – Contesté a la shemale
comercial.
Pocas veces en mi vida me encuentro con
gente tan alta, aparte que sea un travestido comercial es ganas de rizar el
rizo, en un país como España dudo que una tierna pareja de franquistas abuelos
vaya a dejar entrar a un travestí de dos metros a vender productos de estética
en su casa. Primero porque su época cultural no acepta esas “transiciones
genéricas” y segundo, para un abuelo de 80 años, donde el hombre es el hombre,
ver a una señor disfrazado de mujer que le saca tres cabezas sería un magno
insulto a su virilidad.
Hubo un silencio eterno para mí que no creo
que durase más de 5 segundos, donde no podía parar de fijarme en sus
pronunciados nudillos, su lustrosa nuez, que brillaba con intensidad supongo
que debido al efecto de afeitado y ese pelo rubio con más entradas que un
aeropuerto después de inaugurar veinte nuevas pistas, menudo panorama más majo
oigan ustedes.
Finalmente rompió el hielo un señor mayor,
de unos cincuenta años que entró en escena:
- -
Hola buenas, es aquí la comunidad para hacer la
“ñapa” en el garaje, ¿verdad? – Mirando de reojo a la personificación de
Sabonis en Rubio.
- -
Sí, aquí es, me llamo Julio, soy el conserje,
¿usted se llama? – Pregunté.
- -
Joder, que eres el conserje, tuteame coño, que
así me haces parecer un jodido abuelo , me llamo Juan, para los amigos Juanchu–
Contestó
- -
¿Y yo qué hago?- Dijo el señor…. Perdón, dijo la
comercial. - ¿Entro o no?
- -
Tú a tu puta casa maromo de los cojones, que
llevo cinco minutos escuchando cómo este señor te dice que aquí no entran
comerciales, menos aún con un rabo asomando como Frankfurt, ¡a tomar por culo! - Dando palmas el bueno de Juanito.
La señora comercial no contestó, miro enfurecidamente a su
viejo adversario, el típico macho español de toda la vida, bajito con pelo en
pecho, enfundado en su mono y con un palillo entre los dientes recordando su
vieja estirpe nacional.
Nada más que decir, la comercial, consciente de su derrota
en el terreno de juego, así como Cristiano Ronaldo cuando ve al pequeño Messi
conquistar el Bernabeu, volvió de allá por donde vino dejando mi comunidad en
paz, joder, cuanto debo de aprender de Juanchu.
Juan, el pintor, me recordaba a uno de los personajes de
“Manos a la obra” aquella tierna serie de mi adolescencia que todos los martes
hacía que me descojonase de risa después del entrenamiento de baloncesto.
Lucía un viejo mono azul adornado con un colorido juego de
manchurrones violetas, marrones, blancos, negros e incluso un color plateado
que no sabría decir a que gama pertenecía. Eran las 9 de la mañana en Diciembre
(vamos que no era época de “caloret” y vermuts) y el señor lucía la cremallera
del mono hasta donde empezaba el pecho, dejando entrever una mata de pelos que
ni Silvestre Stallone en Rambo podría atravesar, menuda puta selva.
Un cigarro de tabaco rubio mecía sobre su oreja izquierda,
mientras mucha gomina recubría su pelo, más parecido al de un rockero sesentero
que a un señor de su edad, que pelo tenía el jodido. Alborotadas cejas
grisáceas proporcionaban a este profesional de la pintura un aspecto más
Neanderthal que Sapiens, para rematar todo, pelos largos y gruesos cubrían los
dedos de sus manos, lo cual sin duda pondría de rabiar por pura envidia al
mismísimo “Big Food”.
Para haceros un resumen lo más rápido posible, me encontraba
delante de Alfredo Olanda en una de sus famosas películas del destape español,
una verdadera perla de hombre en proceso de extinción.
-
Venga chaval, vamos para abajo que me estoy
cagando y quiero terminar cuanto antes. – Mientras acariciaba su panza por
debajo del mono.
-
Es aquí abajo jefe, termina el cigarro aquí
mientras subo a cambiarme y ponerme mi mono de trabajo. – Abriendo la puerta
del Portal.
Una vez llegados a la zona a pintar tras pasar por vestuario,
Juanchu se encendió un cigarrillo, joder si acaba de fumar uno. Si llega a ser
meses atrás, siendo un novato en el edificio, seguramente hubiese reaccionado
como un perro rabioso al que le han saqueado su hueso. Pero eso es otra
historia, ya llevo unos cuantos meses aquí y todo Dios aun a sabiendas de las
normas comunitarias fuma allí. Incluso en las reuniones de vecinos, algunos en
vez de salir al portal bajan a fumar al garaje porque allí no hace frío.
Justo cuando iba a irme mi olfato reacciono ante el aroma de
un jodido petardo de marihuana. Por un momento me cabreé y estuve a punto de
decirle que se fuese de allí y llamar a su empresa comentando que su empleado
era un inepto. Pero qué cojones, la parte que iban a pintar, es de las zonas
más alejadas de los coches, donde cae el hollín proveniente de la sala de
calderas por medio del conducto de ventilación de la misma.
Sabía que esta zona sólo la frecuentaba yo y como mucho la
hija de Don Amaro, un vecino del segundo que venía aquí a manosearse con el
marrano de su novio, un zagal del barrio. Así que me la sudo y me acerqué al
pitufo y le dije:
- -
Jefe, aquí no se puede fumar. – Quitándole el
porro de las manos. – Pero como me has caído cojonudamente bien y me has
librado del travesti esquizofrénico vende enciclopedias vamos a fumarnos un par
de porritos, este tuyo y otro que llevo en el “grinder” de la chaqueta.
- -
Joder con el conserje, te pareces al que aparece
en la serie que ve mi hija por las noches, con 14 años la cabrona es más
espabilada que yo a los 18. .- Mientras iba sacando el instrumental para
realizar su profesional y remunerada labor.
- -
Bueno jajaja, ya sabes cómo son los niños de
ahora, recién nacidos ya salen con un pase gratuito para una discoteca y a los
5 años ya saben que las cigüeñas solo llevan niños en volandas si son los
ancestros de estas rodando Parque Jurásico.
- -
Yo con 18 años estuve en el ejército – Contestó el
paisano. – Y joder que bien me lo pase, recuerdo que me gasté 800.000 pesetas
en putas. – Sacando pecho, orgulloso.
Yo me quede perplejo, jodidamente omnubilado, el tío estaba
ahí tan fanfarrón comentando que se gastó casi un millón de pesetas de las
antiguas ( que ojo, es mucho más que cinco mil cochinos euros de hoy en día,
eso en aquella época era un buen mini capital ) en prostitutas y alcohol.
Tras terminarnos un porro ( el que encendió Juanchu ) le
enseñé mi hierba de primera calidad ( gracias al ex de galletas María ) y le
pedí que me contase la historia tranquilamente.
Resulta que él no era de Alicante ni mucho menos. En los
años ochenta, siendo el chaval un mozo de 18 años, lo destinaron a Valencia
para su instrucción militar. Era ferrolano y procedía de una antigua familia
dinástica en términos de pescaderos, ya que llevaban surcando las aguas
oceánicas desde siglos atrás.
Nunca había salido de su tierra y era el hermano mayor de su
familia. Al ser por decirlo de una forma aldeanos, sus costumbres eran bastante
más arcaicas que las actuales, habiendo salido quizás dos veces tan sólo a la
ciudad de Ferrol para ver una feria de ganado ( que no muestra nunca la parte
ociosa y tecnológica del momento precisamente ).
Sus padres tenían unos pequeños ahorros guardados, de los
cuales ochocientas mil pesetas fueron a parar a manos de este Angelito de
nombre Juanchu, que supongo que veía la vida como un prota de Porky´s versión
aldea gallega.
La criatura, nada más salir rumbo a Valencia, se gastó según
el la friolera de 50.000 pesetas en putas y alcohol, tardando dos días más de
lo esperado en llegar a su destino ( aunque debía incorporarse días después )
provocando el enfado de su padre y la angustia de su madre.
Me contó que habló con su padre y le comentó que por el
camino se entretuvo con unas mujeres de buen ver disponiéndose a dormir
tranquilamente en un par de hostales. Las palabras del padre, ponen en
manifiesto que son una estirpe de Don Juanes de los de antaño, de esos que bajo
pluma, tinta y flores provocaban el desvanecimiento de las tan delicadas damas
a su paso: “Muy bien hijo, ese dinero es para que te conviertas en un hombre y un
buen coño forma parte de su aprendizaje”.
Viendo ya la educación que este tío debió tener entiendo
ahora por qué me miraba con cara de Cristiano Ronaldo cuando marca un hack
trick en una repesca: ese acto era de un macho alfa. Yo no soy quién para
juzgarle así que dejé que siguiese contándome la historia a la vez que el thc
colapsa mi sistema neurosensorial.
Tras esa breve conversación con su padre, el chaval llegó a
su destino donde estuvo alojándose en casa de sus tíos, un hermano del padre al
que llevaba tiempo sin ver. La primera noche tuvo la fantástica idea de tirarle
los trastos a la mujer de su querido “Tío Paco” mientras ella lavaba los
platos.
El resultado fue que esa nariz torcida estilo Rocky Balboa
que el personaje tenía era un recuerdo de amor de su ya difunto tío dejó como
legado en su tan importante existencia. Prosiguió contando que sus primeros
meses en la mili se los pasaba gastando cada día que tenía diez mil pesetas por
noche.
A mí para aquellas épocas, entre putas y alcohol me seguía pareciendo
demasiada pasta, a no ser claro que invitase a toda la tropa como acto de
camaderia. Pero sin ir más lejos, la respuesta a mi inquietud putera fue
resuelta por Juanchu rápidamente. Le gustaba la coca por aquellos entonces.
Supongo que para un buen gallego de la Costa de la Muerte
acostumbrado a contundentes cargamentos de cocaína procedentes de Colombia unos
gramos nocturnos después de una buena puta era algo habitual, así que no quise
cuestionarle ningún tema económico.
Su paso por la mili mantuvo la constante descrita: putas,
armas, alcohol y putas. Él dice que se volvió un hombre de verdad aunque debo
reconocer que se le quedó cara de subnormal cuando le comenté que con ese
dinero yo hubiese hecho algo más inteligente cómo comprarme un pequeño ático o
invertirlo en algo importante.
Tras escuchar a este doble de Jesus Bonilla en Historias de
la Puta Mili, vi que ya eran las 11 de la mañana así que decidí subir a la
garita de conserjería para hacer allí la “jornada de vigía”. Esto consistía en
sentarme con el culo bien acomodado a la silla y leer una revista deportiva
mientras saludaba alegremente al vecindario, “Viendo la vida pasar” cómo suelo
decirme a mí mismo en estas guisas.
Me despedí de Juanchu, ya que una vez finalizada su faena
saldría por la puerta del garaje rumbo a su cas… perdón, rumbo a un PutiClub es
de suponer. Mientras me marchaba, no sé si por el efecto del canuto, la luz
barata de chinos que alumbraba el garaje o la historia anteriormente contada,
pude ver en nuestro amigo un triunfador sin un triunfo, un gallo sin gallinas
pero con muchas polluelas, un lobo solitario buscando conejos suculentos, pero
os estaría mintiendo, sólo es un jodido zumbado que desperdició ochocientas mil
pesetas en putas y coca.
CONTINUARÁ