CAPITULO 30: COCHINADAS LAS JUSTAS (PARTE 3)





Me encontraba mirando mi nueva obra de arte, el pequeño agujero, al haberlo lijado parecía algo normal que estuviese allí desde siempre y casi nadie o nadie se percataría de que era algo nuevo. En caso de ser así, comentaría que debido a un problema de presión con el oxígeno en la cabina del ascensor, los técnicos vinieron a la mañana para realizar este agujero solventando el problema (una gilipollez pero que para funcionarios, hombres de despacho, marujas y personas mayores colaría perfectamente).

Al salir del ascensor me percaté de que ya eran las 3 y media de la tarde, teniendo apenas 30 minutos para abrir por la tarde la garita y pasar cuatro horas aburrido frente al portal.


-          Ostias Julio, ¿qué tal estas?- Era Jessica subiendo las escaleras del edificio.

-          ¡Ey Jessica!, genial aquí arreglando el ascensor, que se había fundido una luz, pero simplemente no enroscaba bien. – Mirando de reojo su delantera, más mítica que cuando Maradona jugaba en el Camp Nou.

-          Ya me di cuenta cabrón, tuve que subir las escaleras andando. – Mientras se reía. – Son las tres y media, ¿te apetece que te invite a un peta y nos ponemos al día de nuestras vidas?- jugando con su pelo.

-          Vale genial, que además ya he comido hace un rato. – Mandando el ascensor al portal por si alguien lo requería.

-          Venga, que tengo una hierba riquísima de una colega de la Uni – Abriendo la puerta de su casa. – Por cierto, ¿estás adelgazando muchísimo no?

Debo decir que me inspiró mucha confianza que semejante pastelito tierno de nata y caramelo hablase sobre mi mejoría física. Aún me queda mucho camino por recorrer, pero eso de coger ropa de hace 8 años que no me entraba y ahora sí, hace que a lo tonto, esté hasta vistiendo de una forma mucho más acorde a lo que un tío de 30 años debería ser.

Creo que algún día tendré oportunidades con esta chica pero quién sabe, eso sólo lo dirá el destino (o en su bulba mi pepino, jejeje) por lo tanto no voy a jugar a ser Paco Porras, que lo mío con las verduras es un noviazgo demasiado temprano como para rememorar.

La casa como siempre parecía un estercolero, jamás entenderé como tías que están tan buenas, huelen y visten tan bien pueden vivir en semejantes cuchitriles infectos, espero que al menos usen Chili “protección vaginal” para esos días de despiporre y cipotes por doquier.


-          Tenemos la casa algo desordenada, siéntate por aquí mientras te traigo un café y cojo la cajita de los “peis”. – Yendo a la cocina o su habitación.


Ahí me quede yo sentado sólo mientras hablaba con Manuela. La cabrona me insistía en tirar la casa por la cocina y directamente arremeter como buen espadachín ante “Galletas María” mostrándole la envergadura viril de Manuela, toda una auténtica “MachoPinga”.

Pero evidentemente deseché la idea rápidamente, no fuera a ser que acabase en un calabozo sin trabajo, casa y menos futuro que Norma Duval como diva de Izquierda Unida. Esperé a que llegase Jessi mientras fumaba un porro de marihuana que había en el cenicero apoyado en la mesa del cuarto de estar.

Jessica tardaba más de lo normal y el tiempo para empezar la faena de la tarde cada vez apremiaba más, así que decidí fumarme ese porro entero e irme por dónde había venido. Pero antes de que pudiese articular palabra apareció nuestra amiga “Galletas María” en escena nuevamente.
Se había cambiado de ropa, lucía una blusa de color verde con lunares blanco que bien podría ser de una hippie puesta de LSD en Kentucky en los años 60, pero no, era Jessica en pleno siglo XX y estaba preciosa (Debo recordaros que las modas en ropa van y vienen, cómo las blusas sesenteras o los pantalones de pitillo.

Llevaba unos pantalones cortos de la NBA (Boston Celtic para ser más concreto) que llegaban a la altura de sus rodillas mientras unas zapatillas azules y blancas de la marca VANS terminaban por vestirla.

Sinceramente su forma de expresar su personalidad mediante su ropa no me gustaba además de no encajar con su forma de ser. Vale que fume estupefacientes, escuche Rap o viva en un piso sola follando con quién le plazca, pero ello no quita que siempre será una nena mimada que gracias al talón millonario de su padre (No el de Aquiles si no el de la cuenta bancaria) vivirá a cuerpo de reina.
Me fijé en algo que nunca había visto, un pequeño tatuaje que lucía en el tobillo derecho, era el símbolo del Jing y el Jang. Justo debajo de la circunferencia que refleja el eterno enfrentamiento para su posterior equilibrio de las fuerzas del bien y del mal, estaba una frase que ponía “Buscando mi equilibrio”.

-          Oye Jessi, ¿Y ese tatuaje del bien y el mal?- Señalando su tobillo. – Jamás me fijé en él.
-          Me lo hice hace unos años cuando lo dejé con mi primer novio serio. – Mientras se encendía un porro de la marihuana que pillaba en la Universidad.


-          ¿Qué ocurrió te dejó o algo así? – Mientras ponía cara de buitre interesado.

-          Peor Julio – Mientras suspiraba – Se estuvo follando a la tía que le pasaba la cocaína para vender, él era camello.

-          ¿Y qué cojones tiene que ver que sea camello a que se folle a la narco? – No lo entendía a no ser que fuese por atracción.

-          Es que ella era colombiana y en su país se cierran los tratos de coca así – Dijo con cara de convencida


La verdad que la historia sobre cerrar los tratos follando me parecía demasiado rocambolesca, sonaba más a excusa barata de perfume Brummel por tirarse a la moza paisa. Me contó que debido a ello lo paso extremadamente fatal y que necesitó tatuarse “El bien y el mal” para recordar que era lo correcto y que no.

Supongo que esa báscula jamás incluyo el daño que le hizo a Pedrito “Give me up” que seguramente ande en la cárcel, pero es algo que sinceramente ni me importa ni interesa, más que nada porque es pensar en él rezuma un olor a mierda en mis neuronas que destruyen las pocas sinapsis que generan.


-         Entonces, ¿tú te metes coca? – Joder esas cosas no me molaban nada de nada…

-          Sí de vez en cuando. – A la vez que me acercaba el porro – Llevo bastante sin meterme nada la verdad, pero tengo ganas de alguna juerga de buena “mandanga”.

-          Yo no soy de esas cosas – Contesté mientras probaba la marihuana de su compi de la Uni – Siendo sinceros no tengo buenos recuerdos, es parecido al alcohol, parezco una mezcla de torrente con restos de sangre vikinga por sus venas, sólo pienso en follar, pegar a gente y destrozar cosas – Dando otra colada, joder que rica estaba la hierba.

-          Pues a mí me pasa parecido – Mientras sonreía acomodándose en el sofá.

-          ¿Te vuelves un vikingo con ganas de sangre? – Pregunté.

-          Jajaja, que tonterías dices Julio – Quitándome el porro de la mano – Ganas de sangre no, pero de un buen rabo en la boca sí – Mirándome fijamente.


En ese momento me quede boquiabierto, recuerdo que mis mofletes se pusieron a competir con los de Heydi mientras mis manos temblaban con más brío y salero que una convención de heroinómanos con síndrome de abstinencia.

A veces nos creemos muy machotes por matarnos a pajas pensando “el día que coja a esta tía la pongo patas arriba y meto el glande hasta su tráquea” pero cuando llegan momentos donde esos parámetros pueden cumplirse nos acojonamos en un gesto de inseguridad personal que nada tiene que ver con ser gordo, fuerte, calvo o guapo.


-          Pum – Se abrió la puerta, era Marta – Hombre, si está aquí nuestro Coke, ¿Qué tal Julio? – Tirando la mochila al suelo dirigiéndose a la cocina.

-          Eh… bien, bien – Aún avergonzado pero con el alivio de saber que mis inseguridades con el género femenino serían disputadas en otro momento. – De hecho yo ya me tengo que ir, llego diez minutos tarde a trabajar – Levantándome sin mirar a Jessica a la cara.

-          Bueno Julio cielo, a ver si te conectas al Skype y charlamos un rato, que nunca lo haces – Escuché decir a Jessica mientras me acercaba a la puerta.


Salí casi corriendo del lugar, cómo un perro callejero que es perseguido por una adinerada cuarentona que acaba de presenciar como el hábil can se follaba a su perrita de pedigrí. Tenía razón Jessi, jamás me conecto al Skype, llamadme antiguo, pero me quedé en el MSN y además, es que no entiendo algunas cosas del Skype, cómo que si paso el ratón por encima las cámaras se vuelven locas y empiezan a ponerse grandes o pequeñas.

Pero quizás era una buena idea que para perder la vergüenza que siento ante Jessica en estos momentos, un poco de zorreo mediante el teclado sería idóneo. Llevo bastante tiempo sin usar el MSN, pero era un tío con unos conocimientos para el ligoteo online que ni Zamorano regateando adversarios.

Lo bueno del MSN es que era mucho más privativo para uno mismo. Hasta casi el final de sus tiempos no existía la video llamada, por lo tanto escribías mientras veías a una tía cachonda que si se encontraba aburrida porque estaba castigada el sábado, podía acabar haciéndose un dedo para ti.
Bajé directo a currar sin pasar por casa, total, llevaba las llaves en el bolsillo y hoy sólo tenía que estar sentado a la bartola mientras me rascaba el escroto con el pulgar de la mano derecha. Bajé a trote ligero las escaleras mientras Manuela me echaba una monumental bronca más tensa que la acalorada conversación que debió sufrir Mariano Rajoy cuando los varones del partido le instaron a casarse.

Llegué a mi puesto laboral y todo transcurrió con bastante normalidad. Lo único destacable de todo el día fue que apareció Don Mario, el hijo cuarentón de Doña Jimena (La señora del gatito imaginario) pidiéndome por favor que estuviese con su madre durante unos minutos mientras el salía a por unas medicaciones.

La pobre Doña Jimena estaba bastante pachucha últimamente, tuvo la mala suerte de beber leche atragantándose y yendo esta por el pulmón. Le provocó una pulmonía debatiéndose entre la vida y la muerte durante cuatro semanas.

Acaba de llegar del hospital hoy mismo, su hijo había pedido una excedencia en el trabajo para poder cuidarla, pero evidentemente cuando tuviese que ir a por medicamentos, comida o algo, en caso de no haber ningún familiar a su disposición, siempre está el bonachón conserje para ayudar.
Doña Jimena no hablaba, se encontraba tendida en su cama con los ojos cerrados mientras su leve voz emitía quejidos. Su habitación era preciosa, madera de caoba en el suelo y nogal por las paredes. El techo era de escayola con unas figuras griegas que representaban la mitología de “La espada de Damocles” (Curioso que ahora Doña Jimena se encontrase interpretando su particular participación en esta leyenda).

Agarré su mano para que supiese que estaba cerca de ella, mientras estuve contándole mi día a día y lo feliz que me sentía de volver a tenerla en el edificio. Conté una historia fruto de imaginación de que su gatita Katy se encontraba jugando por mi casa con un ovillo de lana y que después en un rato iría junto a ella, que ya había preparado su cuenco de leche y galletitas en el salón.

Que lástima la vejez, siempre pienso que el ser humano para el desarrollo de su cerebro, aspiraciones, metas, 80 o 90 años son demasiadas pocas lunas y soles en esta dimensión. Siempre recordaré las palabras de mi tía abuela Jacinta un día antes de morir “qué corta es la vida y qué fácil la maltratamos”. 

Toda la razón a la buena de Jacinta, andamos quejándonos a diario de insignificantes problemas cuando a 2.000 kilómetros en África, un niño de dos años está siendo sodomizado mientras sus padres miran impotentes la enfermiza escena. Vivimos en un mundo psicópata dónde asomar nuestra vista más allá de nuestros dominios puede mostrarnos una realidad que sin duda nos haría no volver a conciliar el sueño bajo halos de tristeza y tormento.

Don Mario apareció a las 7 y media de la tarde por la casa, me pidió disculpar por la tardanza e intentó darme 50 euros por las molestias, los cuales rechacé comentándole que sería un agravio para mí que me ofreciese dinero por ello, ya que tenía profundo respeto por su madre (Cosa que es totalmente cierta).

Llegué al portal siendo ya noche cerrada. Tenía un pequeño papelito pegado en mi garita, era de Don Ramón “El Cabrón”: “Julio, Aurita estuvo buscándote, ¿dónde estabas? Mañana ven por la mañana a casa para recoger las botellas vacías”

¿Pero serás cabrón? ¿No puedes mandar a Aurita a bajar las botellas? ¿Tengo que subir a tu puñetera casa a coger una caja de plástico de mierda dónde el Vodka, anís, whisky y cerveza están desparramados por todos lados oliendo a mierda? No me jodas Don Ramón, no me jodas.

Cerré el portal casi a ostia limpia mientras maldecía a Don Ramón, a la gilipollas de Aurita y a sus putos padres la noche de borrachera inmunda que decidieran tener al hijo de Satanás este. Al menos esta noche tenía un consuelo extra, seguramente podría hablar con Jessi por Skype (si aprendía primero a usarlo) y hacer un buen homenaje a Manuela (Se ve que el haberme quitado unos kilitos activó la chirla verbenera de “Galletas María” por mi Manuela).

Entre por la puerta de mi domicilio yendo a paso de galgo hasta mi “gimnasio”. Cómo un loco hice tres sesiones de 100 abdominales cada una, otras idénticas de flexiones y banca de pres con 110 kilos.
La verdad que el haber empezado tan gordo el ejercicio ha sido una ventaja, ya que he podido combinar pesos considerables a la vez que me mataba a flexiones y abdominales. Sigo gordo, pero con unos brazos y un pectoral que ya quisiese Stallone después de una sesión de “pinchazos”.

Después de matarme en mi gimnasio, fui hasta el baño para mirar mi figura con cara bobalicona durante minutos. Empezaban a notarse los cuadraditos, mis tetas habían dejado de ser unos jugosos pechos de silicona para parecer más unos pectorales dignos de Tarzán.

El culo estaba en su sitio, muy duro mientras que las molestas estrías de las primeras semanas iban desapareciendo. No había ningún trozo de piel colgante al contrario, pero aún me sobraban los malditos flotadores a cada lado, aun así mirarme al espejo ahora mismo era como descubrir América con la misma felicidad que cuando Colón vio a lo lejos de la orilla a una nativa en pelotas agitando los brazos por su llegada (Eso de pensar que era Viracocha le sirvió para echar muchos casquetes “indianos” al cabrón de Cristobalito).

Me duché en santiamén mientras hice uso de mis mejores galas con un albornoz que había comprado en Lidl a mitad de precio. Mi idea era hablar con Galletas María desnudo sólo con el albornoz encima y cuando pudiese sacar algún tema picante dejarla “caer” de manera sutil que sólo llevaba el albornoz.

Encendí mi ordenador, preparé mi bote de lubricante encima del escritorio, tres porros liados en el cenicero para no perder tiempo mientras charlaba con ella y unos clínex junto a la papelera abierta para poder hacer uso y disfrute de mi manubrio alias “Manuelator: el rabo del juicio final”.
Me disponía a iniciar sesión en Skype cuando:


-          ¡Coño! – Grité en voz alta alterado pegando un salto de mi silla - ¡No he mirado si habían escupido o tirado basura al paragüero! – Dirigiéndome al pasillo de mi casa – Don Ramón, no sabes con el hijo de mil engendros con el que has osado enfrentarte… - Mientras frotaba mis manos con gesto claramente megalómano. 


CONTINUARÁ

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