CAPITULO 50: LA CAUDILLA COMUNITARIA (PARTE 2)




La leche... Doña Clementina se encontraba en el suelo casi sin poder respirar, sofocada, alzaba su brazo derecho intentando señalar algo que se encontraba en su salón.

- ¡Doña Clementina! - Grité mientras ayudaba a que se incorporase - ¿Qué ocurre, voy al salón a por algo? - Ya con ella de pié

- El... el ... terbasmin - ¡La leche! Doña Clementina es asmática - Mientras corría al salón sin saber dónde coño buscar.

Tras rebuscar por la mesita del salón y sus cajones, donde entre juegos como el parchís o las cartas sólo había multitud de recuerdos franquistas, pero ningún terbasmin.

Miré hacia la terraza y Doña Clementina se encontraba ya menos sofocada, apoyándose en la barandilla metálica de su terraza mientras miraba supongo a los chicos latinos del parque.

Tras rebuscar y rebuscar encontré una vieja caja con el logotipo de "Comercios Evaristo". Dentro de ella estaba el terbasmin que tanto necesitaba la señora.

Salí corriendo a su encuentro, golpeándome bruscamente la cabeza contra la persiana a medio subir. Ya dentro de la terraza di a Doña Clementina su medicamento. Ella se recostó en una de sus tumbonas mientras yo, secándome el sudor de la frente buscaba tanto por dentro cómo por fuera la correa de la persiana.

- Doña Clementina, ¿Dónde esta la cinta de la persiana? - Mientras me tocaba mi dolorido cogote - Me golpeé ahora fuertemente ahora y querría si no es molestia subir un poco más.

- Ay hijo, disculpa, mi electricista de confianza, el hijo de Juani, la charcutra que estaba antiguamente en el mercado de abastos, me colocó todo en la casa con botones por la artrosis, hasta la radio - Mientras  volvía a sus quehaceres con el terbasmin. -

Tras escuchar la vida de su electricista de confianza, que me importaba más bien poco, me dispuse a buscar alocadamente los botones de la dichosa persiana. Justo al lado de ella, había tres botones, supuse que el de arriba del todo era para subir, el del medio parada  y el de abajo, pues bajada.

Así que cómo quería subir, pulsé el botón de arriba del todo y...

- Cara al sooooooool con la camisa nueeeeeeeeeVa que túuu bordaste en roooojo ayeeeer

- Ay no Julio, es otro botón, ése es de la radio con mis canciones...

En ese momento entré en un estado catatónico más parecido a un colocón con ayahuasca junto a unos mariachis en medio de Tijuana. Miré los botones , había en total 8, no sabía para que coño era ninguno mientras que Doña Clementina era incapaz de concretar su ubicación.

Pulse el que se encontraba inmediatamente a su izquierda, subiendo el volúmen del puto cacharro, qué además, por mucho que pulsase el botón de apagado no conseguía apagar. Tras dos minutos intentando dar aunque fuese a "mute" a las viejas canciones gloriosas franquistas de Doña Clementina, me dí cuenta que la puta canción estaba en bucle, no paraba de sonar de manera repetitiva.

- Jose Fina no sé como se apaga está radio, conseguí abrir la persiana pero... esto puede dañar mi reputación en el trabajo - Consiguiendo por fin apagar la puta radio.

- ¡Qué! - grito Clementina de manera exaltada - ¿Eres un puto rojo, mi portero es un rojo? - levantándose bruscamente dirigiéndose hacia el salón.

Yo en ese momento no sabía dónde coño meterme, además, en mi trabajo el exponer tus peculiares o no maneras de vivir, interpretar y sentir tus ideales políticos me parecía poco inteligente, nunca sabes quién puede darte trabajo en un futuro o qué puertas se pueden abrir o cerrar por ello, prefería el silencio.

Podía ver a Doña Clementina hacer aspavientos mientras ya se encontraba próxima a mi, a punto de entrar desde el balcón hasta el ya de por sí hiper franquista salón. Mientras gritaba rojo de mierda, yo expandía los brazos hacia delante en modo reconciliador, esperando que se calmase mientras intentaba de inventarme una historia para poder calmarla.

Al llegar a mi lado, pude ver que se encontraba blanca como un maquinero de los años 90 tras la ruta valenciana de las pastillas nocturnas (no las de la tensión, aunque ésta aumentasen, jejeje ) . De repente se desplomó contra el suelo cayendo contra las baldosas del suelo, mientras su boca expulsaba sangre a chorretones.

- ¡DOÑA CLEMENTINA! - grité durante varias veces mientras la agarraba cual saco de patatas llevándola hasta su sofá de terciopelo de la era del pleistoceno. - ¿Qué le ha pasado? - La gritaba mientras veía que estaba más blanca aún.

- El... el.... el... azúcar... la diabetes... jeringuilla... - Quedándose tras estas últimas palabras en un estado inconsciente - .

Salí corriendo de nuevo a por la cajita de "Comercios Evaristo" dónde había visto las jeringuillas junto con el bote de insulina. Desde pequeñito estaba acostumbrado a pinchar la insulina a una de mis abuelas, así que sabía cómo actuar y qué cantidad necesitaba cuando entraba en "shock" (vivencias junto a una abuela con diabetes adicta a las ensaimadas).

Llegando ya a la cocina me dí cuenta de que estaba totalmente lleno de la sangre de Doña Clementina, os juro que parecía la película de American Psycho (bueno, eso si cambias al prota por un gordo alto con aires de grandeza y más feo que pegar a un padre).

Al llegar hasta el salón, levanté un poco el vestido de Doña Clementina para poder pinchar la insulina en la parte inferior del muslo, cercano a sus partes nobles (como pinchaba a mi abuela, desconozco si esa es la manera idónea en todos los casos, pero es que mi abuela se pinchaba en el muslo).

El sol empezaba a desaparecer por el horizonte y la visión apenas me alcanzaba para pinchar en el lugar exacto que recordaba hacer con mi abuela (me entró miedo pensando que pudiese hacerle daño en una arteria o aorta) yendo de nuevo a los dichosos botones). ç

Por desgracia para mí, uno de esos 8 putos botones era el que también encendía las luces del salón y del comedor, así que armándome de valor pulsé uno de ellos. Como era de esperar debido a mi cerebro putrefacto con una falta alarmante de neuronas, apreté el puñetero botón de la radio. De nuevo el cara al sol fue la marcha militar que ponía ritmo a mi trasnochada historia de locos con Doña Clementina.

Tras varios intentos por apagar la radio, dí con el botón que encendía las luces del salón.

- Ahora vuelvo y apago la puta radio, primero es pinchar la - Mientras me acercaba hasta el sofá.

Conseguí pinchar su muslo con la dichosa insulina, pude fijarme que respiraba de manera normal y que la sangre ya empezaba a tener un tono más negruzco, fuere lo que fuere lo que se rompiese al caer al suelo, estaba ya solucionado (al menos en desangrarse, claro).

Con cara de satisfacción cerré los ojos pensando que estaba todo el trabajo hecho, ahora sólo faltaba apagar la radio, cambiarme de ropa y antes de todo esto llamar a urgencias para que viniesen a buscar a Doña Clementina.

Y cerré tanto los ojos, sintiéndome tan agusto que debí desmayarme, dormirme o yo que coño sé. Mi siguiente recuerdo es despertarme en un calabozo de la guardia civil, acusado de drogarme con heroína tras haber pegado una paliza a una anciana que tenía las faldas subidas.

Fueron cinco horas en un calabozo yo sólo ya que según los guardias civiles "los violadores de ancianas estaban mal vistos". Yo preguntaba todo el rato por Doña Clementina, acojonado de que sí la había pasado algo peor no pudiese ella contar la verdad de todo lo ocurrido.

- Violador de ancianas, yonki y franquista, joder menudos porteros tiene la peña - Escuché a uno de los guardias civiles.

A las 3 de la mañana, tras haber pasado un reconocimiento médico por mi "supuesta adicción" a la heroína (supongo que era por si necesitaba metadona, al salir todo negativo ya empezaron a creer mi historia sobre la puñetera insulina), se acercó uno de los guardias civiles al calabozo que yo ocupaba;

- Has tenido suerte chaval, la señora ha despertado del coma diabetico y ha corroborado tu versión de absolutamente todo - Mientras me miraba aún con cara de asco - Si la señora llega a morir te hubiese caído una buena.

La comisaría se encontraba a menos de 500 metros de mi edificio, pensé en ir al Hospital a ver a Doña Clementina, pero sinceramente se me caía la cara de verguenza, además de que no tenía ganas de ver a ningún familiar de la susodicha.

Iba pensando en mi vida, en todo este tiempo como portero junto a los pros y contras que esto había traído en mi vida. Estabilidad, dinero, una casa pero a la vez una situación de nerviosismo y caos que seguramente iba implícito en mi manera de ser.

Ya tenía ganas de llegar a mi edificio, fumarme un cigarrito de la risa mientras Morfeo me atrapaba entre sueños... Llegué, abrí la puerta de mi casa, me fumé un porro, hable con Manuela viendo vídeos por internet y me fui a dormir. Qué cojones estaba haciendo con mi vida...

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