Días después de mi feroz batalla y mejor victoria contra Don Ramón las cosas parecían volver a la normalidad.
Los vecinos habían dejado de murmurar
sobre el acontecimiento porno-festivo ocurrido en las inmediaciones comunes y
ya todo quedaba reducido a las esporádicas conversaciones entre las “merches”
de la zona al pasar por la casa o plaza de aparcamiento del susodicho “Maestro
Tortuga” (Grande el abuelo de Dragon Ball).
Hoy era sábado, eso para mí significaba
que mi gigantesco culo tenía ganado su descanso. Por contrato laboral tengo 40
horas y los vecinos decidieron con el anterior Portero colocar el horario de
lunes a viernes. Pero eso no significa que si ocurre algo extremadamente grave
deba acudir cagando leches a mi puesto de trabajo, sea domingo, sábado o me
encuentre de acampada con unos mamelucos en un valle de Alejandría.
En mi es muy normal que los sábados y
domingos los dedique muchas veces a pintar la comunidad si está mal o arreglar
puertas, también limpiar aquellas zonas que no pude en mi horario laboral o que
me ponga de faena con las zonas ajardinadas.
Nunca sabes cómo pueden salir las cosas
en esta vida pero si que tenemos la posibilidad de dar lo mejor de nosotros
mismos, ya no por nuestro propio orgullo, si no por la imagen que dejaremos el
día de mañana a las personas que importamos. Aunque dentro de este libro suela
dar voz a una faceta ácida, rocambolesca, desairada, psicopática, todo son
meros recursos para vuestro entretenimiento, a fin de cuentas no dejo de ser un
trabajador sumiso que sólo busca respeto entre los demás.
Si quieres ser un buen conserje de
comunidad debes tener muy en cuenta que tus manías sólo son papeles de hojalata
que acaban por descuido en una papelera. Lo más inteligente es analizar
aquellos que pagan tu sueldo y estudiar qué quieren de ti, qué quieren que tú
veas de ellos y sobre todo una cosa: un trabajador sumiso.
Yo aquí hago hincapié porque es un
término que siempre gusto de aclarar. Adoro ser servicial, no servil, me
desvivo por no importunar a nadie ni mostrar mi opinión sobre ningún aspecto
concreto, pero no soy por ello sumiso ni mucho menos condescendiente con las
injusticias.
Puedo aguantar que una persona grité con
rabia hacia mi persona una vez pero jamás dos. Y la misma sangre fría con la
que intento narrar este capítulo de mi vida laboral es la que dispongo con
total educación cuando alguien sobrepasa esta delgada línea.
También debo decir que si eres conserje y
estás leyendo esto, tú mejor que nadie comprendes la delicada situación que
corremos como trabajadores. Es muy difícil exigir respeto a personas que
piensan que ser servil y trabajador debe ser sinónimo de esclavo bananero.
No puedes faltar al respeto a ningún
vecino pero con la inteligencia que cada uno tenga debe jugar sus cartas lo
mejor posible para sin tener que levantar el tono o usar palabras mal sonantes,
conseguir el respeto que tanto uno necesita.
Esto viene rodado en casi toda la
comunidad, todo el mundo quiera o no quiera un portero siempre mantendrán un
trato cortés, educado y cercano. Aquí viene un gran problema y es la historia
que atañe este pequeño fragmento narrado de mis recuerdos, ¿Qué hacer cuando
quién te falta al respeto es un familiar de uno de tus vecinos favoritos?
Joderse.
Eso es lo que me ocurrió con Doña
Sonsoles, una entrañable septuagenaria con más vitalidad en sus piernas que el
conejito de duracell. No hay nada que más respeto imponga sobre mi persona que
alguien que estando cercanos a los ochenta años disfruta de la vitalidad de un
pájaro que vuela por primera vez.
Mantener con el paso de los años esa
vivacidad y alegría es el espejo al que todos alguna vez queremos vernos
reflejados. Su familia era un diez en toda regla y seguían siempre el mismo patrón
que ella, pero siempre existe un grano en el culo con más pus que glóbulos
rojos, esa grano nauseabundo tenía nombre y apellidos: la señorita Jimena.
La señorita Jimena era la quinceañera
nieta de Doña Sonsoles y tenía más tontería en sus espaldas que una congregación
de conspiranoicos adoradores de Zecharías Sitchin.
Su vestimenta demostraba que las primeras
impresiones no suelen ser equivocadas encontrando en un pastel de chocolate más
mierda que cacao. Con quince años llevaba unos tacones que ni las jodidas
plataformas de la N.A.S.A para propulsar naves fuera de la atmósfera.
Un hedor a colonia “Hello Kitty” absorbía
cualquier partícula de oxígeno presente en la portería cuando entraba ella
asfixiando las pocas neuronas que aún ofrecían cobertura a mis pensamientos.
Sus aires de superioridad siendo más
pesada que un pívot americano con obesidad eran cuanto menos algo curioso por
descubrir. Solía vestir con pantalones apretados y camisas de tirantes que
dejaban al descubierto tres niveles diferentes de pliegues en su barriga.
Llevaba un piercing con cascabel en el ombligo para más inri anunciado su
llegada cómo un gato corriendo a devorar la cara de su propietario cuando éste
fallece inoportunamente, qué cosas.
Dejando de lado mis locuras mentales
queda claro que no soportaba a esa chica y era absolutamente subjetivo ante
cualquier opinión con ella prejuzgándola sin antes asegurar. Y Aquí es cuando
nuestros caminos se cruzan de nuevo demostrándome una vez más en la vida que
muchas veces lo que uno cree subjetivo es más un criterio definido por actos
que caen por una lógica aplastante.
Aplastantemente útil debía ser este
sábado para mí. Llevaba casi un mes poniendo a punto a mi pequeño “Porsche
924”. Cuando adquirí este coche por unos 1.300 euros compré una chatarra que
por asientos tenía muelles con restos de tela.
Por no hablar de su salpicadero que era
más un hotel de cinco estrellas para avispas y abejas que para un cuenta
kilómetros. Con la electrónica pasaba más de lo mismo, apenas funcionaba ningún
mando y era desquiciante.
No me considero un manitas ni mucho menos
pero a día de hoy con una conexión a internet y un ordenador de mierda uno
puede con paciencia hacer sus pinitos cómo restaurador.
La parte mecánica quedó en manos de
Juanito que era el mecánico de confianza de Angelote y por 1000 euros arregló
el motor y derivados perfectamente aparte de quedar muy limpio, como nuevo,
creo recordar que lo llamaba “reestyling” o algo así (con el inglés soy igual
que un Mamut Siberiano haciendo submarinismo por el océano Atlántico). Ahora
debajo del capó tenía el tesoro de Barba Negra, cómo brillaba el metal.
Los asientos y el salpicadero era otro
aspecto importante a restaurar. Por internet contacté con un chaval de
Castellón que tenía unos asientos de cuero delanteros y traseros sobrantes de
un coche donante, adquirí su totalidad por la irrisoria cifra de 200 euros.
Instalar unos asientos es algo verdaderamente sencillo, más aún cuando no
exista una parte eléctrica en ellos, eran manuales y eso para mí era una
ventaja.
Para el salpicadero rebusqué por internet
sin encontrar éxito en mis necesidades. Quería encontrar un salpicadero de
madera o imitación, pero sólo era capaz de encontrar réplicas de pegamento 3M
que no me gustaban en absoluto.
Por ello, saqué el pequeño Pepe Gotera y
Otilio que todos llevamos dentro para crear una “ñapa” con un el propio
salpicadero del coche. Tras desmontar totalmente lo que sería mi nueva área de
restauración, pude observar que los huecos existentes eran gigantescos.
En mi trastero sólo tenía sobre mi vieja
mesa de carpintería los siguientes productos:
1.
Aquaplast
2.
Una placa de metal
3.
Pintura plástica que imitaba
a la madera
4.
Bisagras en forma de
herradura
5.
Unos pequeños tornillos
Cogí la placa de metal atornillando la
parte trasera del salpicadero con el metal sujeto gracias a las bisagras de
herradura que con un martillo ajuste al perímetro.
Tras esto mi siguiente chapuza fue echar
aquaplast sobre los agujeros ahora cubiertos por metal presionando con una
plancha para conseguir una masa compacta en cada rotura.
Después de 48 horas lijé las partes
sobrantes quedando todo medianamente uniforme. El siguiente paso fue echar
cuatro capas de pintura plástica imitando a la madera.
24 horas más tarde el salpicadero estaba
colocado en mi pequeño zarrio quedando muy elegante bajo mi punto de vista.
Ahora quedaba toda la parte electrónica que estaba dando fallos.
Por una plataforma online de venta
adquirí el cableado de mi coche nuevo además de revisado para que no existiese
ningún corte en el cobre. Eso fue algo sencillo pero estuve con ello
aproximadamente dos fines de semana.
Tras colocar toda la instalación
eléctrica y revisar los fusibles correspondientes el coche lucía como un zagal
de pueblo con ganas de “mambo” en las fiestas patronales. Unas luces led de
color azul oscuro fueron la última guinda a lo que electrónica se refiere.
Las ruedas fueron sustituidas por unas
chinas que entraron dentro de ese presupuesto de 1000 euros de Juanito, al
igual que la réplica de llantas de Porsche acordes a la majestuosa calidad de
mis orientales ruedas.
La pintura fueron otros 200 euros que el
bueno de Juanito realizó en su chalet individual (como viven los mecánicos si
son emprendedores). Evidentemente todo esto era en negro. Le pedí un color
negro plateado teniendo suerte ya que había sobrado pintura del mismo color de
un encargo anterior. Una capa que duraría pocos años pero lo suficiente para
disfrutar de el por un monto final de 1.200 euros entre pitos y flautas (Junto
a la I.T.V pasada).
Eran las 11 de la mañana y como buen
subnormal que soy me encontraba preparado para pasar el día sólo en el campo
junto a mi coche. Todo esto acompañado de unas gafas Ray Ban compradas en el
mercadillo a uno de los gitanos que me dio una paliza (las cosas en el barrio
se olvidan rápido) y unos guantes de poli-piel cutres. En resumen yo llamo a
esto ser un chulo sin gracia, un rebelde sin causa, pero son cosas que Manuela
no da importancia.
La ilusión brotaba por mis venas como la
morfina en guerras pasadas llegando hasta el ascensor en escasos segundos. Las
puertas se cerraron dirigiendo mi fortachón cuerpo a su jugoso destino:
disfrutar de mi Porsche 924.
Pero cuando ya estaba casi pegando
brincos el jodido ascensor cesó su viaje hacia mi propio cielo subterráneo para
darme de bruces con la realidad: era la niñata Jimena junto a dos criajas más:
-
Julio te andaba buscando,
¿por qué no estás en tu puesto de trabajo?- dijo la foca monje mientras su
mirada perdonaba mi existencia.
-
Hoy es mi día libre chiquilla
y no trabajo hasta el lunes a no ser que haya urgencias. – Mientras esperaba
por si querían entrar.
-
¡Pum! – sus gruesos y
corpulentos dedos taparon el sensor de movimiento. – Pues aquí tienes una nueva
urgencia para hoy. – seriamente contestó.
-
¿Paso algo con tú abuela? –
pregunté asustado saliendo del ascensor.
-
Para nada, la vieja está
genial – mientras sus amigas reían – Hoy es mi décimo sexto cumpleaños y quiero
que llenes de globos y pétalos de rosas el portal. – Dándome 40 euros – Aparte
de las vueltas, quiero que hagas un cartel que ponga “Jimenita linda” con
corazoncitos.
Ni dejé que ella pensase. La furia de
Poseidón entro por mis pulmones para lanzar un rotundo “No” mientras
respetuosamente argumentaba que era mi día libre y no disponía de tiempo.
Mientras ella empezaba a ladrar como un chihuahua
amariconado a paso ligero alcancé las escaleras para escurrirme por ella como
las lagartijas por las baldosas. A tomar por culo la niñata, sus aires de
grandeza y su jodida confusión sobre esclavitud y servicio.
Encendí mi coche disfrutando del juego de
luces led y el rugido potente de un sencillo y modesto motor. En menos de un
minuto mi culo estaba pies en polvorosa dirección la montaña…
CONTINUARÁ